Opinión

Galego contra castelán

Hace tiempo participé brevemente en una polémica tonta en internet sobre la carta de un restaurante de Sanxenxo que estaba en “castelán”.

Algunas personas criticaban la carta por estar en “castelán” y no en “galego”, como si eso manifestara alguna vergüenza cultural. Como si fuera un menosprecio hacia uno mismo del restaurante o su dueño, que seguro es tan gallego como usted o como yo.

Yo aduje que sacarle tanta punta a todo no tenía sentido. Una carta de un restaurante no es una declaración política o ideológica. Solo es una carta de un restaurante. Y si la mayoría de tus clientes no entienden bien el gallego y son castellanos lo lógico es que pongas la carta en castellano. Solo es un negocio. Si yo vendo lavadoras y mis clientes son franceses pondré los catálogos y la publicidad de mis lavadoras en francés. Por facilitarles las cosas a ellos y que el negocio me vaya mejor a mí. Lo que no significa que cada vez que entra un cliente en mi tienda yo le vaya a cantar “La Marsellesa”. Tampoco es eso.

El asunto me hizo recordar dos anécdotas graciosas de unos queridísimos amigos madrileños que solían venir a mi casa a menudo varias veces al año. 

Son un encanto, tienen pasta y les encanta Galicia y sobre todo el marisco. Una vez viviendo yo en Coruña me llamaron antes de venir un fin de semana para decirme que querían comer percebes, pero no querían percebes normales sino los percebes más espectaculares que se hubieran visto jamás. Así que me apliqué, contacté con un conocido de Corme y recomendado por él reservé una mesa en un restaurante del pueblo.

Fuimos allí. Nos pusieron unos percebes no como se suele decir “como un carallo de home”, sino “como un carallo de John Holmes”. Yo en mi vida había visto percebes así. Y por supuesto estaban riquísimos.

Durante la comida mi amiga se obsesionó con que el chico que nos atendía, muy guapo y atento por cierto, le hablaba en gallego para fastidiarla porque ella es madrileña. Mi ex, yo, e incluso su novio nos pasamos la comida explicándole que no. Que aquel chico simplemente no hablaba castellano, que solo hablaba gallego. Pero a ella eso no le entraba en la cabeza. Fue imposible convencerla.

La otra anécdota de esta misma pareja es esta. Una vez que vinieron a Vigo ella subió a casa con las maletas y yo tras darle un beso y un abrazo pregunté: “¿y Jose?”. “Está aparcando”, me contestó. Unos minutos después llegó Jose y al entrar me dijo: “Oye Víctor, ¿qué significa ‘agás’?”. Yo contesté tranquilamente desde el sofá: “excepto”. Se dio una palmada en la frente, dijo: “¡Jo, he aparcado mal!”. Y se fue para cambiar el coche de sitio. ¡Uau, pobre Jose! Debió de pasar diez minutos estudiando la puta señal de tráfico y preguntándose qué demonios significaba “agás”.

No seamos tan malos. Nosotros somos bilingües, ellos no.

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