Opinión

HÉROES, SIRENAS, MAGOS E IDIOTAS

Como gustan las malas noticias estos Juegos Olímpicos parecen haber sido los de esa muchacha china a la que, para no afectar a su concentración, su padre le ocultó la muerte de su abuela y que su madre padecía cáncer. Los de las gradas vacías que tuvieron que llenarse con militares. Los de las retransmisiones a horas imposibles. O los de las interminables reclamaciones de los atletas a decisiones de jueces y árbitros.


Pero los Juegos de Londres nos dejan también decenas de momentos memorables como los de Phelps, Shiwen Ye, Uchimura, Usain Bolt, el grandísimo David Cal, el épico final de la roja de Gasol, el doblete de Mo Farah, la brillante Mireia Belmonte o nuestras increíbles sirenas y las geniales chicas del balonmano.


Algunos sostienen que los Juegos solo son un negocio y los menosprecian por eso. Y es verdad que lo son. Pero a mí me sorprende que solo vean una parte y no la otra, la más grande, la eterna. Los atletas que participan, sus entrenadores, sus familias, no son ningún negocio. Están ahí porque creen en eso. Muchos en deportes minoritarios a los que dedican la vida entera. Su emoción no es un negocio. Sus lágrimas no son un negocio. Esos chavales y chavalas son magos generosos que nos regalan instantes mágicos. Instantes que solo puede darnos el arte o la fantasía: un semidiós que vuela, el rostro de una joven transfigurado por el triunfo o la pura imagen de la derrota y el dolor.


A mí me gustan los Juegos no solo por el deporte sino también porque están llenos de anécdotas maravillosas, tiernas unas, heroicas otras. Como las de Fosbury, Owens, Abebe Bikila, Comaneci y tantas más. Y buceando por ahí he encontrado tres preciosas que no conocía.


Bobby Pearce, un piragüista australiano, en los Juegos de Amsterdam de 1928 detuvo su piragua para no arrollar a una familia de patos. La dejó pasar tranquilamente, reanudó la carrera y logró el oro.


George Eyser, un gimnasta americano-alemán al que seguro conocerá Oscar Pistorius, en las Olimpiadas de San Luis de 1904 ganó seis medallas en un día, tres de oro. Eyser tenía desde niño una pierna de madera.


En 1900 en París, los doble par con timonel holandeses descubrieron que tenían demasiado peso en la piragua. En el último minuto antes de la salida, sustituyeron al timonel por un niño francés desconocido (con permiso del niño, claro) que encontraron en el pantalán. Ganaron el oro. El niño desapareció tras la prueba y nadie pudo localizarlo nunca. Tenía 10 años. Fue el medallista más joven de la historia, aunque él ni se enteró.


Por cierto que hablando de niños o no tan niños, al descerebrado de diez y siete años que envió el tweet al clavadista Tom Daley diciéndole 'le has fallado a tu padre' deberían recluirlo de por vida en una película tipo 'Porkys 3', aunque sospecho que en realidad... ya vive en ella.

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