Opinión

Mi torcido mundo

Hace años comencé una novela que nunca acabé sobre la matanza de Isla Vista (California) de 2014. 

Recabé entonces por internet información sobre el asunto, fotos, textos, videos, documentación, etc., y estuve trabajando y escribiendo un tiempo sobre eso. Aún conservo esa carpeta en mi ordenador con todo el material y mis primeros borradores de aquella novela. 

La titulé provisionalmente “Mi torcido mundo”, una frase del protagonista, un muchacho de Los Ángeles. Pero no llegué a acabarla, quizás porque tanto el título que yo le había dado como la historia no tenían final. O tenían un final horrible.

Probablemente ustedes no se acordarán. La matanza de Isla Vista fue una masacre en la que un chico, Elliot Rodger, mató en una mañana a diez chavales y chavalas de su edad e hirió a otros tantos. Al final se pegó un tiro en su coche antes de que lo pillara la poli.

Lo que me fascinó y por eso intenté escribir aquello, fue el chico y los escritos y pelis de sus blogs. Incluso dejó una especie de testamento en el que explicaba porqué había decidido matar a aquellos muchachos de su edad, compañeros de estudios.

El suceso tuvo mucha repercusión en Estados Unidos porque Elliot Rodger era hijo de una familia rica de Los Ángeles. Su padre había sido director de una secuela de “Los Juegos del Hambre”; y su madre, una mujer china, era asistente personal de George Lucas. Ya digo, una familia guay del mundo del cine.

Tras el suceso los padres hicieron varias declaraciones públicas pidiendo perdón a las familias de las víctimas y confesando entre lágrimas que no habían sabido educar bien a su hijo y que la culpa era suya. Algo que los honra, pero la culpa no era suya.

El caso es que me interesó el asunto. ¿Otra masacre en una escuela americana? No. Aquí había algo más. El protagonista, Elliot Rodger, estaba obsesionado por su falta de éxito con las chicas porque según él, –lo confesaba en sus blogs– lo despreciaban por bajito. Y por eso decidió matar a guapos y guapas amigos suyos. Altos, se supone.

Claro que era bajito ¡nos ha fastidiado!, su madre era china. Pero si ven vídeos o fotos de él comprobarán que era muy guapo. Y sin embargo sentía un inexplicable rechazo hacia sí mismo. Eso sí, siempre desde dentro de un Audi o un Porsche a sus diecinueve años y vestido de Dior con gafas de Gucci, porque desde crío lo tuvo todo gratis y le salían dólares por las orejas.

En una de sus autofilmaciones dice: “Odio a las chicas. ¿Porqué prefieren a otros antes que a mí? Nunca me ha dado un beso una chica.” Esta última frase resulta particularmente triste en un adolescente.

Las recientes masacres en los Estados Unidos me han recordado aquel libro mío frustrado. Quizá estas historias nuevas y esta otra antigua que les acabo de contar tengan algo en común. ¿Quién sabe?

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