Opinión

Miguel, Miguel

El Hijo del Capitán Trueno, como le ha dado por denominarse a este hombre en una autobiografía que ha publicado recientemente, cada día me resulta más incomprensible. Supongo que nos pasa a muchos.

A mí siempre me gustó Miguel, como a tantos de mi generación. Y siempre me cayó bien (lo de caer bien o mal, ya lo sé, es una estupidez). Pero entonces, en los setenta-ochenta, me gustaba.

Nunca lo tuve por un gran músico, ni por un buen compositor, ni siquiera por un cantante aceptable. Miguel no tenía el talento de tantos de la movida de los ochenta con los que compartió listas de éxitos, y sus canciones tampoco tenían la belleza de otras que a los jóvenes de entonces nos enamoraron. No quiero hacer comparaciones tontas pero solo una frase, unos simples versos de poeta como los de Santiago Auserón: “Arde la calle/ al sol de poniente hay tribus ocultas cerca del río/ esperando que caiga la noche/ hace falta valor”, le dan mil vueltas a todas las letras de las canciones de Miguel.

Pero Miguel tenía chispa y gracia, algo que no tiene todo el mundo. Ahí están temas como “Sevilla”, “Morena mía”, “Amante bandido”, “Linda”, etc. Fabulosos. Y él lo hacía genial.

A finales de los setenta mi pandilla y yo solíamos ir a un bar de los vinos de Ourense que tenía una moviola junto a la puerta. Ya saben, una de aquellas máquinas de discos en la que metías una moneda, tecleabas una combinación de una letra y un número, por ejemplo J7, y se reproducía el disco que habías elegido.

A la hora a la que solíamos llegar allí no había nadie en el bar salvo un chico mayor que nosotros, solo, sentado al fondo con su cerveza. Lo llamaré “R” porque no lo conocí lo suficiente como para decir su nombre ahora, aunque me lo sé. Era un chico atlético, guapo y con no muy buena fama, no me extenderé en eso. Pero hablé muchas veces con él, nos teníamos simpatía, y aparte de seductor y atractivo (se parecía algo a Alain Delon), era también muy, muy educado.

Cuando llegábamos a ese bar y mi pandi y yo ya estábamos fuera con las tazas en la mano, yo volvía a entrar y ponía una canción en la moviola, siempre la misma: “Don Diablo”.

Entonces “R” venía hasta mí y me susurraba con una sonrisa malévola: ¿Otra vez vas a poner esa mierda de canción, chaval? Y yo le contestaba: Es que me gusta esta canción “R”. Él enarcaba las cejas con resignación, volvía a su cerveza y ahí se acababa todo.

Cada vez que veo a Miguel por la tele ahora, recuerdo aquella escena que se repetía diariamente en mi adolescencia. Y hoy creo que es peor este Miguel que aquel “R”. ¿Quién sabe?

“Don Diablo que es muy cuco/ siempre sale con el truco/ del futuro colorado, colorín.”

Te puede interesar