Opinión

Odiar a Papá Noel

Un querido amigo mío de Madrid que se llama Claro... Sí se llama Claro, claro que se llama Claro, lo cual puede que diga algo claro acerca de él, ¿está claro?

Bien, dejémos eso de momento. No importa. 

Hace muchos años, desde que me volví a Galicia que no veo a Claro ni hablo con él, algo que lamento aunque claro que ambos nos seguimos teniendo en la memoria. Claro que sí.

Un día charlando en un pub en el barrio de Salamanca, ya no recuerdo cuál era pero sí recuerdo que era Navidad, Claro me dijo que él odiaba a Papá Noel desde un día determinado de su vida. ¿Por qué? pregunté yo. Y me contó una historia alucinante más propia de una peli de Almodóvar o de un clásico del cine español como “Cándido, siente a un pobre en su mesa” que de la realidad. Pero era realidad. Y por cierto, supongo que viene a cuento señalar que Claro fue guionista de algunos grandes directores de cine españoles, e incluso él mismo dirigió y produjo cortos y mediometrajes estupendos. En fin, la historia es esta.

Claro y unos amigos estaban de copas un 5 de enero a las tantas de la madrugada por el centro de Madrid y ya hasta las cejas. Como última parada recalaron en un VIPS y coincidieron en la mesa de al lado con los Reyes Magos. Sí, claro que con los Reyes Magos. Con los de verdad. Unos reyes magos con los armiños hechos polvo, las coronas caídas, las barbas en los bolsillos y una melopea de campeonato a base de algo que les habría pasado algún camello y whisky. Una melopea peor que las de aquel entrañable JR de la serie televisiva Dallas interpretado por Larry Hagman.

Los reyes magos que salen el 5 de enero en cabalgatas, actos públicos, en la tele, etc., por toda España lógicamente tienen prohibido seguir de reyes magos después de sus actuaciones. Pero aquellos se habían saltado la norma y estaban borrachos en el VIPS. Y seguían vestidos, aunque mal, de reyes magos. Para colmo tenían una depresión de campeonato.

El caso es que entablaron conversación con Claro y sus amigos. Acabaron por juntarse todos, se tomaron más whiskys y entre lágrimas aquellos Melchor, Gaspar y Baltasar que eran de Carabanchel les contaron que habían pasado toda la tarde visitando hospitales, plantas de oncología infantil y así, haciéndoles regalos y sonriéndoles a aquellos niños felices. Y por fin, según me contó Claro, los tres magos de Oriente atiborrados de alcohol, sufrimiento y ternura hasta las trancas dijeron: “¿y qué cojones nos quedaba después sino emborracharnos?”.

A uno, no sé si Melchor, Gaspar o Baltasar, que ya no se tenía en pie acabó llevándolo Claro a su casa en taxi.

Desde aquella madrugada rara y loca que le tocó Claro, eso dice él, solo cree en los Reyes Magos y odia a muerte a Papá Noel.

Yo también.

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