Opinión

Odiar no es delito

Por supuesto que no. Como tampoco es delito pensar. En ningún lugar del mundo, ni siquiera en los más terribles te matan por odiar o pensar. Te matan si acaso porque tus ideas tienen consecuencias visibles, públicas. Eso lo saben bien las mujeres que viven o malviven bajo regímenes islámicos teocráticos y machistas hoy en día como Irán, Iraq, Afganistán y otros. Tú puedes pensar lo que quieras pero como se vea o se note mucho, entonces la has jodido. Mejor sal a la calle con el hiyab puesto.

Yo puedo quemar una foto del rey o del presidente del gobierno en mi casa, solo o con unos amigos, pero aunque la poli o la fiscalía se enteren no me van a hacer nada. También puedo hacerlo en público, en la calle, pero si solo somos treinta o cuarenta y el hecho no tiene ninguna repercusión o muy poca, tampoco va a pasar nada. Para eso está la libertad de expresión, incluso en los países cuyos gobiernos no la reconocen. A nadie se lo persigue por pensar ni por odiar, como tampoco se lo persigue por querer o por desear. Eso pertenece al territorio de la ciencia ficción y de momento, inteligencia artificial y lectura del pensamiento aparte, aun estamos lejos de llegar ahí. Lo que uno piensa se queda en su cabeza y a nadie le interesa. Es un poco como dicen los americanos “lo que sucede en Las Vegas se queda en Las Vegas”.

En cambio sí se persigue a la gente por decir, si lo que se dice en voz alta llega o puede llegar a muchos oídos.

El otro día volví a ver una película maravillosa de Truffaut de los años sesenta “Farenheit 451”, basada en la famosa novela de ciencia ficción (ahora lo llaman ficción distópica) de Ray Bradbury escrita en 1953. Como todo el mundo conoce el argumento, excusaré comentarlo. 

Lo que me interesó de la película fue que a muchas películas de ciencia ficción los años suelen pasarle por encima como una apisonadora, pero a esta “Farenheit 451” no. A pesar de las obvias discapacidades y ñoñerías en cuanto a efectos especiales, decorados, color, ambientación, etc., tal como los juzgaríamos hoy desde una perspectiva un poco corta de entendimiento, la película sigue siendo preciosa y casi perfecta.

Odiar no es delito. Tampoco pensar. Ni leer. Y mucho menos memorizar, pero todas esas cosas pueden ser perseguidas. Si a mí me tocara vivir en ese bosque del final de “Farenheit 451” yo me pediría ser “La Virgen de los Sicarios” de Fernando Vallejo y aprendérmelo de memoria así:

“Cuando mi niño Alexis cayó muerto en la acera, me seguía mirando desde su abismo insondable con los ojos abiertos. Intenté cerrárselos, pero se le volvían a abrir./ Ojos verdes, incomparables los de mi niño, de un verde milagroso que no igualarán jamás ni las más puras esmeraldas de Colombia, esas que se llaman gota de aceite”.

Te puede interesar