Opinión

Papá Noel no

Ahora que han pasado las fiestas voy a escribir un artículo sobre ellas.

En los noventa viviendo en Madrid trabajé durante un año con alguien del que me hice muy amigo, o se hizo él amigo de mi. Quizás fue así. Seguramente fue así, pues él es más generoso que yo. No diré su nombre aquí porque hace años que no hablo con él y no tengo su permiso para eso. Era (espero que siga siéndolo porque espero que siga vivo pues hace mucho que nos perdimos la pista) un guionista fantástico de grandes películas y directores del cine español, y director de cine él mismo. También fue guionista del grupo “Gomaespuma”, por decir algo más.

Un día me contó que él odiaba a Papá Noel y me explicó porqué. Esta es la historia.

Resulta que volviendo a casa tras una fiesta un cinco de enero mi amigo se encontró en la calle con los reyes magos. Eran las cuatro de la madrugada y aquellos reyes estaban para el arrastre. Iban de copas hasta las cejas.

Como se sabe los reyes de las cabalgatas tienen totalmente prohibido andar por ahí después de la cabalgata vestidos de reyes. Pero aquellos tenían un colocón de vértigo. Seguían vestidos de reyes, pero se les caían las coronas y las barbas a cada paso.

Mi amigo se fue con ellos a un VIPS, lo único abierto a aquellas horas, y siguieron emborrachándose ya los cuatro, charlando y hablando de todo.

No eran reyes de la cabalgata principal, que seguramente habría pasado por La Castellana hacía unas horas. En las grandes ciudades hay docenas de reyes por todas partes. Aquellos eran unos reyes de Aluche, Carabanchel, Vallecas o yo que sé. Unos reyes menores, de barrio, de andar por casa, aunque tuvieran sus armiños y mantos de estrellas igual. Y la borrachera que tenían no era de alegría, sino depresiva.

Entre copas tristes y llorosas en el VIPS con las coronas tiradas por el suelo, Melchor, Gaspar y Baltasar le contaron a mi amigo que se habían pasado toda la tarde visitando a niños en hospitales, llevándoles juguetes y caramelos, haciéndoles una caricia o una broma, regalándoles sonrisas. Ese había sido su trabajo todo el día. Entretener e ilusionar a niños tullidos, enfermos, con cáncer...

De ahí la borrachera final en la que habían acabado de madrugada, no sé si con algún camello caritativo de por medio, seguramente eso también.

Por eso, por ese encuentro inesperado de aquella madrugada un seis de enero con los reyes magos, mi amigo odia a Papá Noel.

Dije al principio que no iba a decir su nombre pero lo diré a pesar de todo. Este amigo mío tiene un nombre curioso, muy bonito, nunca he conocido a nadie más con ese nombre. Se llama Claro, así como suena, simplemente Claro.

Pues claro que sí. Claro tiene toda la razón en aborrecer a Papá Noel ¡ho, ho ho! Yo también lo aborrezco, claro.

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