Opinión

Suenan las campanas otra vez


En realidad las campanas llevan sonando mucho tiempo. 

Un pueblo de Cantabria se ha levantado en armas contra una casa de turismo rural que quiere que las campanas de la iglesia dejen de dar las horas “porque molestan a sus huéspedes y les perturban el descanso”. 

O quizá es la casa de turismo rural la que se ha levantado contra el pueblo, algo sorprendente pues es el pueblo el que le proporciona el negocio.

Dije que las campanas llevan sonando mucho tiempo porque ya hemos visto otros casos parecidos en nuestro país. Este no es el primero ni será el último.

Hace poco leí un tuit de un turista en A Coruña indignado porque había contratado un tour guiado a la Torre de Hércules, y resultó que ni siquiera vio el mar a causa de la niebla que había aquel día. En su comentario el hombre decía cosas tan agudas como “esto es una vergüenza y alguien debería hacer algo”. Supongo que se refería al Supremo Hacedor y no a la empresa turística, lo digo por lo de la niebla.

El fastidio del señor era tan lógico como si le hubiera caído una granizada mientras desayunaba con su familia en una terraza del Orzán, o como si lo hubieran desalojado de una visita a los tejados de la Catedral de Santiago porque hubo un diluvio aquel día (algo insólito en Santiago).

Fastidio sí, se entiende, a todos nos fastidia que nos estropeen los planes y más en vacaciones, pero indignación ahí no cabe.

Volviendo a las campanas que no son un fenómeno atmosférico, según yo lo veo ambos asuntos campanas y climatología son parecidos.

Cuando yo era crío en mi casa de Ourense teníamos un reloj de pared de esos de péndulo que daba las horas, medias, y cuartos muy ruidosamente, lo cual no nos impedía dormir como troncos toda la noche. 

Mi padre me enseñó a darle cuerda (había que hacerlo cada día), subiéndome a una silla y alimentándolo con enérgicos giros de una llave tipo “palomita” gruesa y ancha, en unas cerraduras que tenía el reloj en la esfera. Me gustaba aquello porque la llave era como las de los juguetes de cuerda que tenía yo. Incluso hacía el mismo ruido seco cuando la girabas: raac, raac, raac. Supongo que para los críos de entonces aquellos relojes eran una especie de tamagotchis, porque si dejabas de alimentarlos se morían. Creo que nos enseñaban algo importante, no solo las horas.

 A esos turistas que van a un pueblo a descansar y a los que molestan las campanas de la iglesia, mañana les molestarán las vacas, los tractores, los ladridos de perros, los insufribles ruiseñores al amanecer (¡Dios, no hay quién aguante a esos putos ruiseñores!), los saltamontes... Y después les molestarán las hierbas y las nubes.

Y entonces el turismo rural pasará a ser una obra de teatro japonesa conceptual: Turismo Kabuki, o quizá Turismo Nõ.

 Al tiempo. Ya verán.

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