Opinión

Vicios privados, públicas virtudes

No quiero que esta columna se convierta en una sobre cine. Ni soy crítico cinematográfico, ni sé lo suficiente de cine para eso. Pero soy cinéfilo y últimamente, cada vez más, relaciono la realidad con películas. Quizá porque el confinamiento me ha hecho revisar o ver muchas películas más de lo que solía ser habitual en mí.

La efervescente vida sexual de Rodolfo de Absburgo, hijo del emperador Francisco José del trono austro-húngaro, le sirvió al director de cine Miklos Jansó para hacer esta película que en su momento causó sensación: “Vicios privados, públicas virtudes”, una película que estuvo a punto de ganar la Palma de Oro en Cannes en 1975.

La verdad es que la vi hace tantos años que ya no recuerdo casi nada de ella, solo que en aquel momento me gustó bastante. Pero tan vagamente la recuerdo que incluso ignoro ya el sentido que tenía el título, que por supuesto lo tenía con relación al argumento. En fin, el caso es que en la vida real el pobre Rodolfo murió mal, asesinado o suicidado con su novia, no se sabe.

Con la reciente reforma del mercado laboral (que no pienso leerme) a muchos amigos y conocidos míos en su mayoría empresarios de derechas, se les ha vuelto a encender la mecha anti-público y pro-privado en las redes sociales.

Es decir, la mecha es la idea de que el Estado nos roba, consume y gasta, y la riqueza solo la generan las empresas privadas, o sea ellos. Algo que nunca he acabado de entender, porque yo mismo fui empresario durante quince años y efectivamente generé riqueza para muchos a mi alrededor en ese tiempo, pero nunca pensé que el Estado me robara. Como nunca pensé que mis colegas empresarios fueran a arreglar la acera de mi calle o a organizar y financiar el ambulatorio que me toca por la Seguridad Social. Tampoco yo iba a hacerlo. Para eso está el Estado y los impuestos.

Un argumento recurrente en esas opiniones es que la nueva reforma impide la flexibilidad del mercado laboral al desterrar los contratos precarios. De ahí mi referencia, traída a contramano, del título de la película de Miklos Jansó: “Vicios privados, públicas virtudes”. Es muy fácil llenarse la boca en público diciendo que creas empleo cuando en privado lo creas y lo destruyes sistemáticamente cada quince días.

El concepto de flexibilidad del mercado laboral me recuerda también una novela de Douglas Copland de los noventa (creo que era “Microsiervos”) en la que irónicamente aparecían una serie de palabras que utilizaban los jóvenes para designar situaciones y cosas que les ocurrían en un mercado de trabajo muy fluctuante y de pura explotación.

Una palabra curiosa que se me quedó grabada de aquella novela era “Recurvarse”. Recurvarse significaba “dejar un empleo bien pagado para pasarse a otro peor pagado y volver a ponerse en la curva del aprendizaje”. El concepto “flexibilidad laboral” me resulta igual de irónico.

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