Opinión

Victoria Federica de Olivares

La portada del ¡Hola! de Victoria Federica a lomos de un corcel cabrioleando nos ha dejado a todos estupefactos. Bueno no, quizá nos la esperábamos. Si he de ser sincero a mí me hubiera gustado más ver en ese lugar a Froilán, pero las cosas no son nunca como uno quiere.

Froilán y Victoria Federica son como Fernando VII (el rey felón), e Isabel II (aquella que se tiraba a cualquiera que pillara por delante con tal de que tuviera dos o tres patas) renacidos. Dignos borbones herederos de su casta. 

Aquí siendo justos habría que señalar que Juan Carlos y Sofía tienen muchos nietos y la mayoría son discretos. Pero Victoria Federica no. A ella le gusta la moda, lucirse y salir en las revistas. Nada que objetar. Tampoco esperamos que vaya a reinar, aunque sería interesante ver reinar a su hermano Froilán que a fin de cuentas es el cuarto en la línea sucesoria, así que hay posibilidades.

A lo que iba. 

Como miembro de la Asociación de Amigos del Prado, en los ochenta y noventa fui en dicho museo a muchos talleres y conferencias sobre pintura barroca del siglo XVII, un tema que me fascinaba entonces. Y tuve la suerte, más bien el honor, de conocer en persona a algunos de los mejores especialistas del mundo en eso como Jonathan Brown con el que incluso me carteé después.

Recuerdo una conferencia fantástica de Jonathan Brown sobre un tema curioso: “el retrato de aparato”, un término que emplean los especialistas en arte para referirse a aquellos retratos de reyes y poderosos que especialmente en los siglos XVI y XVII se hacían para engrandecer la figura del gobernante e impresionar a sus súbditos. Bueno, no tanto para impresionar a sus súbditos que no tenían muchas oportunidades de ver esos cuadros, sino para impresionar a dignatarios extranjeros, embajadores y visitantes de relumbrón.

En aquella conferencia, Jonathan Brown hizo un interesantísimo y divertido recorrido histórico desde el famoso retrato de Luis XIV de Francia el Rey Sol pintado por Hyacinthe Rigaud, el summun del retrato de aparato, pasando por muchos otros hasta hoy.

En ese cuadro Luis XIV tenía ya casi setenta tacos, carecía de dientes, no tenía pelo -su pelo ahí obviamente es una peluca- y aparece erguido, de pie, orgulloso, triunfante, envuelto en oro y armiños. Manifestando un poder y una autoridad casi divinas.

El que esté de pie tiene una explicación. Luis XIV en esa época tenía unas almorranas tan salvajes que ni siquiera podía sentarse. De hecho lo operaron, uno de los primeros éxitos conocidos en ese campo de la medicina quirúrqica del siglo XVIII.

Con su impagable sentido del humor americano, Jonathan Brown acabó su conferencia mostrándonos en la pantalla de proyección superampliadas una portada del ¡Hola!, y como colofón un sello de Correos de treinta pesetas con el perfil del rey Juan Carlos, para aclararnos que esos eran los “retratos de aparato” de hoy.

¡Hola! ¿Sigues ahí?

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