Opinión

Telefónica y cara dura

Las instituciones europeas han abierto el grifo del dinero público para paliar, en parte, las graves consecuencias socioeconómicas de la pandemia. Se trata de una regalía de millones a la que no todos pueden acudir en igualdad de oportunidades. La batalla del fuerte y el débil se ve de nuevo aquí. La vieja Europa, en vez de la de los ciudadanos, es más la de las grandes empresas o corporaciones a la luz de algunas decisiones. Los grandes grupos acuden sin escrúpulos a cobijarse en el paraguas de la UE, sobre todo cuando les interesa.

Los proyectos Next Generation están llenándose de célebres nombres internacionales, por ejemplo de multinacionales como Telefónica. En tropel acude a sacar tajada de estos fondos con la misma falta de escrúpulos que puede pedir, por ejemplo, que el sector digital cofinancie el despliegue de redes de alta velocidad. En la misma ventanilla europea que pide dinero exige que los operadores digitales le ayuden a soportar parte del despliegue de sus infraestructuras.

Si no hay infraestructuras no hay contenidos, como es obvio. Si la sociedad no accediese cada vez en mayor número a redes sociales u otro tipo de plataformas, los usuarios no contratarían banda ancha, fibra y demás. Dicho de otra manera, gracias a los contenidos telecos como Telefónica tiene negocio. Lo curioso del caso es que pretenden que se le paguen los servicios y se le cofinancie el despliegue de infraestructuras. O sea, ganar dos veces.

La citada multinacional, con su habitual doble vara de medir, por un lado exige a las instituciones continentales dinero y recursos cuando le interesa y con el mismo fin acude a mercados mucho más pequeños dando sablazos a administraciones como la local, provincial o autonómica, haciendo competencia a los operadores locales, aquellos a los que no se les abre con tanta facilidad las puertas de las instituciones europeas. Es decir, dominantes en el escenario multinacional, abusones en la operativa local.

Su actividad y negocio se basa en estos casos en la política de la tierra quemada, nada queda tras su paso. En su expolio de los recursos públicos y el abuso en el mercado privado no queda ningún tipo de poso, no queda I+D+i que pueda fecundar otro tipo de actividades o germinar empresas más pequeñas.

Está demostrado que su calidad de servicio en manifiestamente mejorable y en cuanto a su conexión con la sociedad (también es su mercado potencial) obvia mantener una comunicación fluida y eficaz con circunscripciones más pequeñas. Telefónica, de ese modo, no solo se despersonaliza, sino que se aleja de mercados locales que merecen todo el respeto, ya sean en la provincia de Ourense como en la de Palencia o de Burgos.

Todo esto se parece más a la política y a los manejos turbios que a la forma de actuar de empresas de servicios tan básicos como voz y datos a sus clientes: empresas y particulares. Que se sepa, nadie elige Telefónica por cuestiones políticas.

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