Opinión

El eje económico y las cenizas

El escalofriante seísmo que sacudió Chile a finales del pasado mes de febrero, del que todavía hoy se desconoce la cifra exacta de fallecidos, desplazó en 8 centímetros el eje de la Tierra y redujo la duración de los días en 1,26 microsegundos. Su intensidad -500 veces superior al de Haití, según argumentan los expertos- cambió de lugar La Concepción, la ciudad más próxima al epicentro, desplazándola tres metros hacia occidente. E incluso movió unos centímetros urbes tan distantes como Buenos Aires o Fortaleza, esta última en el sur de Brasil. Todo un fenómeno local de consecuencias planetarias.

Sin ánimo de comparar proporciones, por lo trágico de aquel drama humano y natural, lo cierto es que el terremoto económico-financiero desatado en verano de 2007 ha tenido un impacto similar en aquel aspecto: su magnitud (mensurable en escala diferente), sus réplicas (todavía persistentes y de muy diversas naturaleza) y sus daños colaterales (visibles sobre todo en lo relativo a la evolución del desempleo) también han movido el eje, en este caso económico, del planeta. Así se desprende del World Economic Outlook, del Fondo Monetario Internacional (FMI). De acuerdo con la revisión de sus previsiones para 2010 y 2011 que este organismo internacional acaba de hacer pública, la distribución regional de la recuperación traza un mapa heterogéneo en el que Asia y Oceanía pasan a liderar el crecimiento, con tasas en algún caso próximas al 10 por ciento. Europa, por el contrario, se convierte en la región más rezagada, con numerosas tasas negativas en sus filas, España incluida al menos durante el año en curso. No es casualidad que, precisamente, Grecia e Islandia, antípodas continentales, se hayan convertido en los dos países más débiles de un continente también débil, enfrentado en esta crisis a sus propias contradicciones. Antes cuna de la civilización occidental, el primero encarna hoy la encrucijada de un euro a cuya puerta llama con insistencia el segundo, donde -por su parte- se debate la simbólica desaparición de la prosperidad escandinava con el ardor propio de un volcán en erupción. Así es hoy Europa: un lugar donde hubo fuego, y siempre quedan cenizas…

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