Opinión

España no es Grecia

Algunos lo tenemos claro y coincidimos con el Ministerio de Economía y Hacienda: España no es Grecia. Y si lo fuera, hablaríamos griego y esta reflexión se habría escrito en la lengua de Homero, Platón o Aristóteles. Pero una cosa es la percepción propia, y otra bien distinta la que los demás tienen de nuestro país y de la posible evolución del deterioro financiero. De manera especial -nos guste o no- la de las agencias de calificación crediticia. A quien consultan los inversores internacionales a cuya puerta llama el Tesoro cada vez que pone el sello del Estado en una nueva emisión de deuda. Con el agravante de que hasta el 71% del stock español de deuda pública se encuentra en sus manos, y que todavía restan por emitir cerca de dos tercios de lo previsto para todo el año.

El consabido punto de partida, con un superávit superior al 2% del PIB y un volumen de deuda en circulación inferior al 40% de la misma referencia, se antoja ahora tan lejano que seguir mentándolo provoca nostalgia. Cuando no sonrojo. Así pues, los esfuerzos deberían concentrarse en hacer creíble nuestro plan de negocio a ojos de los demás; especialmente del mundo anglosajón. En este sentido, el presupuesto para el ejercicio en curso, con previsiones macroeconómicas de cumplimiento complicado en lo relativo a crecimiento, paro y coste del servicio de la deuda, parece superado por los acontecimientos. En cuanto al pretendido plan de ajuste, falla por el lado del gasto -por su escasa ambición- pero también por el del ingreso: como el griego, nuestro país destaca en el entorno inmediato por el tamaño de la economía sumergida; superior al 20% del PIB. Por lo que no podemos esperar incrementos de ingresos proporcionales a elevaciones de la presión fiscal.

En resumidas cuentas, se antoja -a priori- complicado reducir el déficit de acuerdo con el calendario previsto. Lo que genera necesidad de financiarlo, y de financiar -de paso- el sobrecoste añadido: deuda para cubrir déficit cuyos gastos financieros generan más déficit, y más deuda. O la versión financiera contemporánea del mito griego de Sísifo.

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