Opinión

Las ovejas y el lobo

Al temporal financiero desatado en todo el mundo por el huracán subprime le siguieron dos años de nevadas inmobiliarias, que hicieron de aquél un invierno particularmente extremo para las finanzas ibéricas. Tan intensas y constantes fueron las precipitaciones de proyectos inviables, precios y concursos de acreedores que el desempleo terminó cuajando en el sector de la construcción -primero- para hacerlo -más tarde- en el resto de sectores productivos, y -por último- en la totalidad del mercado laboral. Como si de un iceberg se tratara, buena parte de la morosidad -oculta durante más de una década- emergió con dureza en los balances de un sistema financiero hasta entonces envidiado por todos, dificultando la fluidez del crédito entre los pastizales del valle del ahorro y las montañas de necesidades de financiación, totalmente congeladas y cubiertas de nieve.

En mayor o menor medida, todos padecieron aquellas inclemencias. También las ovejas de ahorros. Ni siquiera su espeso pelaje de provisiones y solvencia, adecuado para soportar bajas temperaturas e inviernos rigurosos, las libró de sentir en carne propia la crudeza del frío reinante. Los pastorcillos políticos, encargados de su cuidado, trataron de manera desesperada de agrupar cada rebaño hasta que -cansado de esperar y hambriento de fusiones- comenzó a hostigarlas el lobo del Banco de España.

Ovejas y lobos son personajes del mundo animal propios de la tradición fabulística, especialmente adecuados para simbolizar las vicisitudes del poder económico, político y social. Participan de una relación natural caracterizada por la sumisión del elemento débil y la coacción del fuerte. Las ovejas son, por lo general, cautivas de la colectividad que las apacienta. El lobo, por su parte, constituye la encarnación de un imperio de tinte cruel; una llamada al orden que cuestiona cada vez con mayor frecuencia el conformismo de cada rebaño y la autoridad del pastor que lo guía.

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