Opinión

Placebo gubernamental

Sucedió aproximadamente en el siglo XVI. La Iglesia Católica comenzó a utilizar reliquias, objetos religiosos y agua sin bendecir en los oficios destinados a repeler la presencia de entes malignos entre los fieles que afirmaban sufrir una posesión demoníaca. Se trataba de un esfuerzo por desacreditar y combatir a los que se lucraban con falsos exorcismos. Todo con la intención de poner de manifiesto fraude, afán de protagonismo o imaginación entre aquellos que reaccionasen con los síntomas habituales de resistencia de un ilusorio Satanás que (afortunadamente) nunca les había visitado. La comunidad médica hizo propia la idea al extender, dos siglos después, el uso de tratamientos inocuos entre algunos de sus pacientes. Así hizo tras observar que, bajo determinadas circunstancias, en muchos de ellos mejoraba -sin motivo aparente- el cuadro sintomático de sus dolencias, como consecuencia de lo que hoy conocemos como efecto placebo. Un efecto que ha durante la última semana ha trascendido el ámbito de la medicina, para instalarse en la actualidad política y económica.


La prolongada tibieza sindical, impropia de un país como el nuestro, con cuatro millones y medio de desempleados. La percepción colectiva sobre la gravedad de la crisis, apenas incipiente por lo sorpresivo de los últimos acontecimientos. La débil convocatoria de la primera gran movilización contra el Gobierno, que no ha logrado paralizar -como pretendía- el funcionamiento de la Administración. El renovado interés que los vilipendiados 'mercados' han demostrado durante la última subasta de deuda por parte del Tesoro. A un tipo de interés -eso sí- similar al pactado durante el fatídico mes de octubre de 2008, siendo hoy el precio oficial del dinero casi cuatro veces inferior al de entonces. O el propio ajuste presupuestario alemán que, por drástico y duradero, ha hecho generoso el español. Todo ello ha sumido al Ejecutivo en un cierto efecto placebo sólo combatido durante las últimas horas desde el Banco Mundial, donde siguen viendo grave al enfermo. Y donde, por cierto, hace apenas una década atendían verdaderos exorcismos financieros con poco menos que agua bendita.

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