Opinión

El rapto de Europa

Cuenta la mitología griega que Zeus raptó a Europa, una princesa fenicia. Y que su padre, Agénor, rey de Tiro, mandó a sus hermanos en su busca. Uno de ellos, Cadmo, siguiendo el consejo del oráculo Delfos, terminó obviando el bando paterno para fundar Tebas. Como Argos, Corinto o Esparta, aquélla fue, alrededor del siglo VIII a. C., una de las primeras polis griegas; ciudades-estado con singularidades culturales y organizativas para los usos de la época.

Así, sus regidores desarrollaron una intensa actividad artística, científica e intelectual que tenía la finalidad de difundir la cultura entre el pueblo: las bibliotecas, museos y teatros de aquel tiempo forman parte de un vasto legado que, más tarde, constituiría el alba de Occidente. En cuanto a la organización, cada polis contaba con autonomía en materia administrativa, judicial, religiosa e incluso militar, y con leyes y sistema de valores propios. Al mismo tiempo, y a pesar de lo accidentado y fragmentado del relieve griego, que dificultaba la comunicación, las diferentes polis integraban una comunidad con conciencia panhelénica que tenía en Atenas, la más admirada de todas, su factor de cohesión. Pues bien, aquel modelo, culto y federal, dio paso a otro dominado por tiranías que, con soluciones demagógicas para conflictos complejos, se fueron asentando en cada polis conforme crecía la hostilidad entre ellas.

Situemos ahora a la Europa actual frente a su espejo preclásico. Cada uno de los 28 estados miembros de la UE cuenta con aspectos socioeconómicos, culturales, políticos y religiosos particulares. Juntos componen, como entonces las polis, un mosaico de piezas autónomas, en este caso cohesionado por un modelo bienestar genuino en el mundo y una moneda que es común a 19 de ellos. Con toda la carga simbólica que conlleva haber renunciado cada una de las propias. La defensa del euro como punto de encuentro pero también de exigencia, la divergencia a la hora de combatir dificultades y la proliferación de movimientos populistas, de uno u otro signo, son retos sembrados con la semilla del declive griego de la Antigüedad. Y que, como en aquel tiempo, someten a juicio la viabilidad del proyecto común. Por lo que urge sacar conclusiones en lo relativo a lealtad y coordinación. Precisamente allí donde ya una vez fue raptada Europa. Y donde también le pusieron nombre.

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