Opinión

Bicocas públicas

Papá, yo de mayor quiero ser concesionario; ya, ya sé que aún queda mucho y que tengo que estudiar una carrera universitaria, aprender idiomas, y bla, bla, bla... Pero, te repito: yo, realmente, quiero tener una concesión. ¡Jo, papá, es que es un auténtico chollo! Te cuento: lo primero que tienes que hacer es buscar un servicio básico, de esos que la gente utiliza a narices, aunque no quiera. No sé, por ejemplo la recogida de basuras, las autopistas, el agua, o algo así. ¿Te imaginas que la gente no bebiese agua? No, ¿verdad? Pues eso, siempre vas a tener consumidores en esos asuntos. ¡Ya le gustaría a otros negocios tener una clientela fija todos los días! Pero a lo que iba: una vez que has elegido bien el servicio, lo siguiente es decidir en qué ciudad quieres montar tu chiringuito. ¡Cuidado que aquí es donde te la juegas! No sé si sabes que solo los políticos pueden adjudicar estas explotaciones. Ellos dicen que siempre le va a salir más barato al contribuyente sacar a concurso esos servicios públicos que prestarlos ellos directamente, pero la cosa no está tan clara. Bueno, pues en ese trance de adjudicación es donde tienes que poner toda la carne en el asador, y has de sacar a relucir todas tus artes amatorias para convencer a quien sea de que tu oferta es la mejor. Ahí tienes que tener preparada una inversión inicial fuerte; no, no hablo de bienes de equipo ni de inmovilizado; de lo que hablo es de metálico suficiente y escondido para poder pagar regalos, viajes y estancias en hoteles a los que pueden decidir el cotarro. ¡Ah!, también una buena bolsa de trabajo para prometer contratos en la empresa al primo, al cuñado, a la parienta, o al hijo del politiquillo de que se trate Lo sé, papá, sé que eso parece propio de países corruptos y bananeros; pero ¡a ver si te caes de la burra de una vez! Así está montado el sistema. Cuando llegue el momento te pediré ayuda económica para poder afrontar todos esos “gastos” iniciales. Para que no te alarmes lo llamaremos inversión en lugar de gasto. Claro que le diré a mi contable que no amortice nada de eso, por si acaso tenemos algún día una inspección de hacienda. ¡Hacienda somos todos! Ja, ja, ja, perdón.

Bueno, y después toca pasar a la acción. Papá, ahora la cosa es muy sencilla: ya eres adjudicatario de la concesión que sea. Lo primero que tienes que haces es olvidarte del concepto rojeras de “servicio público”. Suena a algo así como a comunista, a alienante; lo importante es dirigir el negocio como si de una empresa privada se tratara. Ya sabes, pura rentabilidad y reducción de costes al máximo. El chollo está en que los ingresos estén siempre por encima de los gastos; si eres medio aguililla seguro que lo consigues. Por ejemplo rebajando la calidad del servicio al ciudadano. ¡Si solo van a protestar cuatro monos! Entonces los beneficios se dispararán y haces caja a lo bestia. ¿Qué dices, papá? ¡Ah, sí, claro! Puede que hayas calculado mal al principio y que los gastos se coman a los ingresos. Pero entonces viene lo mejor: te plantas delante de la administración y les dices que no puedes seguir prestando el servicio porque estás en quiebra. ¿A que no te imaginas lo que sucede en esos casos? Que los papanatas se tragan el cuento y van y te rescatan. Lo que oyes. ¿Y sabes que significa ese rescate? Pues que te vas de rositas a tu casa con la saca bien llena, que no tienes ninguna responsabilidad, y que las pérdidas pasan al “debe” de la administración, que luego se las endilga a los gilipollas de los ciudadanos diciéndoles que eso es el mal menor. Papá, ¿hay algún chollo mejor? Si ganas, todo para ti; si pierdes todo para el pueblo. Que no se diga que no son solidarios.

Papá, ya sabes: el día de mañana consígueme una buena concesión.

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