Opinión

Camino de Obstáculos

No lo tienen nada fácil, la verdad. Aún hay trogloditas en el mundo empresarial que se creen la reserva natural y protegida del macho dominante. Son esos seres que, cuando eran curritos por cuenta ajena, miraban con desprecio o superioridad (o con despreciable superioridad) a las mujeres que tenían como compañeras en su mismo escalafón. Les molestaban por el mero hecho de ser del sexo opuesto, y por la osadía de aquellas al querer igualarse en eficiencia y entrega en el trabajo al “hombre de toda la vida”. Claro que tampoco le hacían ascos a los gestos o frases soeces que, entre sonrisas cómplices de sus colegas de oficina, le soltaban a la compañera cuando les entraba el calentón en la entrepierna y escuchaban unos pasos de tacón cerca de ellos. Que una cosa es querer que se queden en casa, y otra muy distinta no aprovechar la coyuntura para un “aquí te pillo aquí te mato”. Y si no se dejan es porque son unas estrechas, piensan estos valientes.

La cosa no cambia cuando ese elemento neandertal alcanza el estatus de jefe o de mando intermedio, posición a la que llegará, a buen seguro, mucho antes que su compañera de la misma categoría profesional. Su ego entonces se dispara, pues nunca se vio en otra; y es que eso de mandar, eso de pedir un café con voz altisonante y que al momento aparezca una secretaria con la taza humeante y la mejor de sus sonrisas, eso es la leche, concluye el tipo. Desde su puesto de jefecillo se siente absolutamente legitimado para avasallar a las mujeres que aún siguen bajo sus órdenes, a las mismas que casi han perdido la esperanza de que les llegue el anhelado ascenso, o si no una oferta mejor en otra empresa para poder largarse y entonces hacerle el corte de manga que se merece al baboso que la desnuda con la mirada cuando pasa a su lado. Claro que el baboso, ni está por la labor de permitir el ascenso de su subordinada, pues en el fondo teme la competencia de ella, ni tampoco moverá un dedo ni firmará carta de recomendación alguna que le pudiera facilitar la salida. Eso sí, desde su atalaya el viejo verde machista sigue teniendo pensamientos lascivos con sus subordinadas, y a veces se imagina objeto de deseo destrozado encima de la mesa, víctima de la fogosa excitación de sus hembras. Como la versión (aún más) cutre de Michael Douglas en la pésima cinta “Acoso”.

Y aun así, pese a todas las zancadillas y obstáculos a los que se tienen que enfrentar en el mundo laboral por el simple hecho de haber nacido mujer, algunas consiguen al final el reconocimiento que va implícito en el ascenso. Ahí tendrá que demostrar todo y más, y desde luego mucho más que el hombre que tiene a su lado en (aparentes) condiciones de igualdad. Ella se ha de someter a una evaluación continua desde que empieza hasta que termina la jornada laboral. Pero no le arredra el reto; se sabe, por el hecho de ser mujer, con un plus de inteligencia y constancia del que nosotros, pongámonos como queramos, carecemos.

Pero también sabe cuál es su debilidad; cabe que se le pase por la cabeza quedarse embarazada. ¿Embarazada? ¿Quizás una baja por riesgo durante el embarazo?¿Otra baja de 16 semanas por maternidad? ¿Reducción de jornada para estar con el crío? Uff, mira, nena, no te equivoques, tienes que elegir entre tu carrera o tu familia. No me vengas con milongas, que aquí no podemos permitirnos esos “lujos”. Y tampoco me vengas con que no sabías que esto podía pasar. En fin, nena, pasa a recoger el finiquito cuando quieras. Fue bonito mientras duró.

Difícil el mundo en el que la diversidad humana, en lugar de enriquecernos, da pie a patentes injusticias. Y siempre es más difícil para unas que para otros.

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