Opinión

Chulos baratos de discoteca

Al frente de este tugurio de mierda (bailódromo Caña Dulce, en el barrio de la Sagrera de Barcelona) seguramente están uno o varios tipos babosos, de pelo grasiento y mirada lasciva, que pese a su imbecilidad se creen los putos amos por regentar un local nocturno de copas en una gran ciudad como Barcelona. Tipos incultos, primitivos, a los que seguramente da pena oír hablar, pero que se creen machitos amparados por los matones que los rodean en su garito, y que se pavonean como si en lugar de un antro sudoroso estuviesen al frente del mismísimo Cotton Club neoyorkino. Estos tipos realmente odian a las mujeres; quiero decir que aunque babeen (dejan rastros de saliva en la comisura de los labios) al ver pasar a su lado a una joven de buena figura con vestido ajustado, la odian sobremanera, la contemplan como mero objeto sexual, la cosifican, la anulan, la quisieran someter a su antojo, llevarla colgada del cuello como llevan esas horteras pesadas cadenas gruesas de oro. Son proxenetas en busca de incautas que caigan obnubiladas ante el fajo de billetes que sobresale del bolsillo de su ajustadísimo pantalón blanco; tipos despreciables que no aguantan una conversación medianamente inteligente con una mujer, y por eso las detestan. Por eso solo quieren ver sus nalgas, sus senos, su sexo al descubierto. No conciben que una chica no tenga permanentemente ganas de follar —frígida de mierda, le dirán, si ella no le ríe su gracia chabacana—; quizás tengan problemas de erección o de eyaculación precoz y por eso la cargan contra ellas como si fuesen las culpables. Son seres repugnantes, vergüenza del sexo masculino. Hasta la más traidora de las alimañas tiene más nobleza que ellos. No es políticamente correcto, por eso no se puede decir que el castigo que merecen sería dejarlos desnudos en mitad de una pista de baile, a merced de las risas y escarnio de las chicas que un día fueron objeto de sus risas y zafiedades. Desnudos y con la pija diminuta.

Los dueños de esta discoteca (recuerden su nombre para no pisarla jamás, ¡por Dios!, «bailódromo Caña Dulce»), promocionan su local con carteles publicitarios en los que anuncian una oferta «irresistible» para cualquier mujer: «Entrada, bebida y 100 euros de regalo para las chicas que no lleven bragas». Se supone que en la entrada habrá un par de gorilas ante los que la chica se levantará la falda para que comprueben que no lleva braga o tanga, le pondrán un billete de cien euros en el escote y le abrirán paso entre la jauría de tipos apostados en la entrada, que jalearán como posesos y pagarán lo que sea por ver el espectáculo del interior. Como ven, todo muy civilizado y muy chic. Y casposo, rancio, denigrante. La chulería de estos impresentables llega al extremo de justificar su eslogan diciendo que «es una manera de atraer la atención y de reírse: Si no hablan de ti no existes». Pues nada majo, quiero que sepas que lo has conseguido: me descojono de ti, de tu estampa grotesca, de tu chulería chabacana de matón barato; me río de tu pestilencia, de tu complejo de inferioridad, de tu vergüenza como ser humano; me parto de risa con tu estupidez, tu patetismo, tu machismo cobarde, tu incapacidad para valorar mínimamente a la mujer.

Pero quiero ser justo: también te doy las gracias por hacernos mejor al resto de hombres que no pensamos como tú; ni por asomo eres uno de los nuestros, no te puedes comparar a ningún ser normal. No hace falta ser extraordinario para ser infinitamente mejor que tú. Gracias por hacer que valoremos mucho más a la mujer en una sociedad que aún respira tufo de cruel machismo. Y recuerda que, si hay seres como tú por el mundo, es porque un día una mujer quiso regalaros la vida. Y así se lo pagas a las mujeres.

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