Opinión

Consejeros ladrones

Qué panda de sinvergüenzas pululaban por las cajas de ahorros de este país! ¡Qué caterva de vividores y jetas consumados! Hijos de mala madre, no me extrañaría que un día les partiesen la cara en un callejón si se toparan de frente con unos padres de familia que se han quedado en la calle, sin trabajo y con sus hijos a cuestas, por eso que han llamado la grave crisis financiera, y que para otros no ha sido más que la gran estafa. Claro que no estoy haciendo apología de la violencia, y sé que con ella no se solucionan los problemas; pero eso, mangantes, díganselo a ellos, y tengan el mismo cuajo que hay que tener para pedir calma al desesperado, para rogar compasión al desahuciado o comprensión al estafado. Canallas, ladrones, inmorales, sois de la peor calaña; y ahora que os hemos pillado, que hemos sabido de vuestras andanzas en los consejos de administración de las cajas, tenéis el valor de presentaros como unos imberbes que no saben hacer la “o” con un canuto, y que cuando os pagabais los trajes y las putas con la tarjeta de crédito oro o platino que os regalaban como consejeros, cuando cargabais la cuenta de tales lujosos dispendios en el debe de la entidad financiera rescatada por los gilipollas de los contribuyentes, pensabais que actuabais bajo estricta legalidad. Pero, ¿qué sois, malditos? ¿Burros incorregibles o hipócritas de nula sensibilidad? Ya tuvimos que aguantar vuestra sinvergonzonería cuando os preguntamos por el saqueo que infligisteis a pobre gente que os confió sus ahorros y la embaucasteis en preferentes y subordinadas; dijisteis que no teníais ni idea de esos productos, que solo decíais amén, como obedientes chicos, a lo que os ponían delante para firmar. Os imaginamos en las reuniones de esos consejos comentando, gintonic en mano, el último partido de fútbol mientras dabais el visto bueno a la mayor estafa financiera de este país. Ni puta idea, claro, de lo que firmabais, pero muy atentos a percibir los buenos miles de euros al mes por posar vuestros mugrientos culos en esos sillones, sin tener la capacidad ni la honradez para ello. ¡Miserables!

Pero digo que vuestra malicia y fechorías no acaban ahí; ahora se descubre que, además de vuestros suculentos sueldos por no rascarla, también desenfundabais la tarjeta de crédito para endilgarnos viajes, comidas, regalos y demás vicios. Y hasta hubo alguno de vosotros que, para justificar esas prácticas corruptas, ha dicho – sin asomo de rubor alguno, oiga – que como los consejeros no tenían coche, secretaria ni posibilidad de utilizar asesorías de la entidad, cargaban estos gastos a la tarjeta, algo que para ellos siempre fue legal. ¡Toma ya! Y es que les debía parecer insuficiente la pasta que ganaban por asistir a dos o tres consejos mensuales para poner cara de póker a lo que allí se hablaba, pues eso y que le hablasen en arameo era todo uno. ¡Qué mala sangre se le pone a uno cuando lee las excusas de estos ladrones!

Y después aún hay quien no entiende el cabreo generalizado de la peña cuando escucha a estos tipejos miserables. A estos y a los que los enchufaron en esos puestos, pues eran los partidos y sindicatos (que para repartir los boletos de la infamia, qué más da que uno mire a la derecha o a la izquierda) los que sentaban a esos ineptos vividores en los consejos. Con lo que, al final, toda podredumbre tiene su origen en el mismo foco de infección: el corrupto sistema político de este país. Por eso los que hablan de regenerar la vida pública, y las caras amables que han llegado con aires de renovación, más que lanzar proclamas vacuas o brindis al sol, deberían empezar por limpiar la propia casa de tanta basura. Solo así algunos podrían volver a creer que esto puede mejorar. Aunque casi hayamos perdido la esperanza.

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