Opinión

Contradicciones hechas normar

No damos abasto con tanto sobresalto. Lo de ayer es antiguo, lo de hoy, fugaz, y mañana… bueno, mañana será ciencia ficción. Cualquier intento metodológico de establecer pautas o máximas que expliquen las conductas sociales modernas está abocado al fracaso. Los principios que creíamos inmutables son arrumbados sin pudor.  Como diría el filósofo de barrio que cada uno tiene de amigo, la peña está fatal, y el mundo jodido de verdad. Lo que ayer era blanco hoy es negro zumbón. Somos, en general, una contradicción con patas, capaces de lo mejor y de lo peor, de partirnos el espinazo por evitar la extinción del demonio de Tasmania, y al día siguiente echamos pestes a espaldas del vecino, al que ponemos a caer de un burro y deseamos todo mal porque…, qué sé yo, porque va por libre sin casarse con nadie. Somos también a veces cotillas redomados, nos encanta hurgar en la vida ajena, que ha dejado, empero, de ser tal, pues nos hemos convertido, cual tendencia contagiosa, en seres enormemente exhibicionistas. Aireamos en internet sentimientos, emociones, desgracias, logros, fracasos, amores y desvaríos.

La esquela ha pasado a mejor vida, y en su lugar publicamos la mismísima muerte en Facebook (cada uno sobrelleva la pena como puede o quiere, supongo); los pésames se sirven con emoticonos de cara triste y lacrimosa, y así todo el cotejo fúnebre se colectiviza. La intimidad es cada vez más pública, si ello es de alguna manera posible. Y si esto es así en los de cuarenta para arriba, dense un garbeo por los perfiles sociales de críos y crías de trece y catorce años. De coña marinera. Borracheras, pitillos en boca, ropa interior, sugerencias, insinuaciones, poses cual sesión fotográfica…, todo como reclamo y símbolo del «éxito» juvenil. O, quién sabe, como moderna clase de berrea.

El caso es que la educación básica, la que se mama en casa, nos ha cogido a muchos descolocados: nos sentimos alarmados por el futuro laboral de los hijos, los sobrecargamos de actividades extraacadémicas desde muy niños, los hacemos tremendamente competitivos —has de ser el mejor, les decimos—,  pero la enseñanza de verdad, la que cuesta esfuerzo y tiempo más que dinero, ésa nos fatiga e irrita, así que mejor que vayan a botellones desde pequeños, mejor no ver lo que publican en internet, mejor no saber con quién andan ni adónde van, no nos vayan a joder el descanso físico y mental. Son niños, muchos de ellos, expertos en nuevas tecnologías, adictos a las redes sociales, adoradores del icono de OK (conseguir likes es cuestión de prestigio grupal). Pero son niños viviendo tan a todo trapo, que la vida la chupan antes de que siquiera sepan de qué va. Y la caída a veces es fatal.  

 Cambiando de tercio, todo es una pura contradicción. Y vivimos tan embebidos en ella, que a veces pasan desapercibos disparates de tal calibre que un momento de sosiego bastaría para darnos cuenta del desvarío. Para muestra del sinsentido ahí tenemos el procés¸ y es dable pensar que en nada veremos en cines una sátira que recree su devenir: el Moisés que guía al pueblo a través del desierto de la incomprensión, en busca de la república prometida, escapando del yugo monárquico opresor, busca refugio en otra monarquía (¡!), desde la que arenga a los suyos, aliándose en Cataluña con la extrema izquierda (la CUP y otros retales desencantados) y en Bélgica con la extrema derecha fascista y xenófoba. Totum revolutum. Menos mal que ayer, para alivio general, la Sra. Forcadell nos lo aclaró todo: «Bah, tontiños, que os lo habéis creído…, que noooo, que todo fue una broma, escolta nen, que os lo tomáis todo a la tremenda. Fue así como un acto simbólico; si en el fondo os queremos…, y que viva España».

Y ahora, que venga alguien que no esté loco y nos lo explique. 

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