Opinión

Contradicciones de una y otra clase

Paradojas, contradicciones, estamos rodeadas a todas horas por ellas; miremos donde miremos, sea en nuestro interior, sea en las personas o cosas del entorno diario en el que nos movemos, encontramos siempre esa antítesis, esa colisión entre lo que uno dice defender y lo que de verdad defiende, entre lo que debiera ser la bondad, el respeto y la justicia en términos asépticos, objetivos y globales, como valores universales de fácil comprensión general, y los comportamientos individuales egoístas, arbitrarios, sesgados, que traicionan aquellos valores generales que decía abrazar quien ahora así se emplea. No es raro que de vez en cuando nosotros mismos libremos esa enconada lucha íntima entre lo que sabemos que se debe hacer - y que hunde sus raíces en la ética más noble -, y aquello a lo que sucumbimos débilmente, quizás porque no nos apetece ofrecer resistencia, o porque siempre ha dado más trabajo el comportamiento recto que la inclinación ¿natural? a desviarnos, o a lo mejor porque es más cómodo diluir nuestra conducta en el mal general, imperante hoy, por desgracia, en muchas facetas del comportamiento social.

Además de en esta lucha personal e intransferible, siempre inacabada, encontramos otras muchas contradicciones externas. Estas son menos filosóficas, más prosaicas; no conducen al dilema moral, a la eterna lucha entre el bien y el mal, o entre lo que quiera que signifiquen estas palabras, de límites tan difusos, para cada uno de nosotros. Estas otras contradicciones son cínicas e interesadas, y buscan el engaño y la confusión. Saltan casi siempre a la vista, y cuando eso pasa sus responsables suelen esgrimir Razones que ni la razón ni el corazón nunca pueden llegar a entender. Contradicciones en la manera de hacer de dirigentes políticos, sociales y religiosos. ¿No es contradictorio, acaso, arengar a los jóvenes españoles a que formen familias, a que paran hijos, pues esta sociedad cada vez está más envejecida, y sin embargo se reduzcan o no se aprueben ayudas fiscales y sociales a esas mismas jóvenes familias? ¿No es una contradicción que se nos diga desde el poder que hay que recuperar el campo y la vida rural, fuente de inmensas riquezas, que hay que luchar contra la desertización y el abandono de montes, tierras y aldeas, y sin embargo no se promuevan políticas de dinamización de la vida en los pueblos, y sí se supriman centros de salud, juzgados y otros servicios básicos? ¿No ven ustedes contradicción cínica cuando se nos alerta de la pobreza creciente en nuestro país y de la precariedad de la situación laboral, y comprobamos que quienes así salmodian son los mismos que, poco tiempo atrás, defendieron a ultranza las severísimas políticas de ajuste que al final desencadenaron la desesperación de cientos de miles de familias? ¿Y no es contradictorio, por no decir cínico, abogar por la necesidad de poner sosiego en la vida política para así recuperar el afecto perdido de la ciudadanía, y al mismo tiempo embarrarse aún más en luchas de tabernas con propios y extraños, olvidando que siempre se está de paso por esos lares?

Las dudas, las vacilaciones que nos asaltan por dentro y a veces nos paralizan, tienen mucho que ver con la naturaleza cambiante del ser humano. Somos, ya se ha dicho, una pura contradicción con patas. Pero esas otras que se descubren en los comportamientos a veces traidores de los que deciden los destinos colectivos son preconcebidas, obedecen a planes sistemáticos y suponen la absoluta falta de respeto al mandato recibido.

Las primeras son innatas al ser humano y son insoslayables; las segundas, menos comprensibles, nacen de las ansias de ejercicio arbitrario del poder, y han de ser eliminadas por injustificables.

Te puede interesar