Opinión

Las cosas no son lo que parecen

No sean mal pensados; no juzguen solo por las apariencias; indaguen en lo más recóndito en lugar de quedarse en la superficie. No saquen conclusiones precipitadas al calor de la indignación social o del saqueo colectivo, pues seguro que hay distintas y mejores explicaciones a lo que, a primera vista, parece una real tomadura de pelo. Hagan un ejercicio de reflexión sesuda, uno más, antes de caer en la crítica ácida e implacable; seguro que los actos bravucones no son tales, seguro que no nos quisieron provocar; seguro, en fin, que esas miradas altivas, esos gestos chulescos, esas respuestas despreciables no se dirigían a nosotros, sino que son actos reflejos que ellos no pueden controlar, al modo en que las sierpes privadas de una parte de su cuerpo siguen moviéndose estrambóticamente. No le tengan en cuenta sus desvaríos, sus frases inoportunas ni sus actos villanos; no son dueños de su voluntad, por eso están exentos de culpabilidad.

Hagan, pues, un ejercicio de superación de sus prejuicios; y así, cuando escuchen al jefe de campaña del PP trabarse la lengua por querer pronunciar Ciutadans en lugar del ahora prohibido vocablo Ciudadanos, no piensen en cinismo o hipocresía por haber olvidado tan pronto los gloriosos tiempos en que su gurú con ínfulas de caudillo hablaba catalán en la intimidad, tan solo para mercadear una ansiada gobernabilidad; piensen tan solo en que, precisamente usa ahora la acepción en catalán por el amor que le tiene a esa región, asolada por los aires separatistas. No caigan tampoco en el insulto y en la crítica fácil al ver cómo este gobierno saca pecho y presume de haber sacado al país de la quiebra y de ser ahora en Europa el ejemplo a seguir (cosas veredes, amigo lector), y sin embargo nada dicen, por ser claramente irrelevante, de que la deuda pública haya pasado durante su mandato del 63% al 97% del PIB, pese a que su cansino leitmotiv fue la reducción de la deuda y el déficit públicos. Y es que en su ánimo está, no el ocultarnos datos y mentir, sino tan solo librarnos del pesimismo y hacer que nos olvidemos de una vez por todas de la herencia recibida. Y cuando ustedes vean cómo los primeros espadas se abrasan las manos tras ponerlas en el fuego por los señoritos andaluces, los chulapos madrileños, los falleros valencianos y demás barones que por esos y otros pagos fueron saqueando arcas públicas, desviando fondos para formación de parados o forrándose a base de comisiones ilegales, y entonces sus gerifaltes hacen la vista gorda y omiten mencionar sus nombres, como se ha de omitir el mentar la soga en casa del ahorcado, no piensen en la falsedad de su palabra dada; piensen tan solo que les ha sacudido un ataque de amnesia selectiva y que esos señores de los que ustedes les hablan forman ya parte del pasado, aunque se hayan llevado con ellos las manos negruzcas y la dignidad tiznada.

No se pongan nunca en lo peor, pues nada es lo que parece. Sepan que los imputados llamados a declarar son almas libres de toda sospecha, quién nos lo iba a decir, y han de seguir siendo honorabilísimos representantes de la voluntad popular; y sepan que en este querido país aparecen en edificios reformas de costes millonarios sin que el máximo responsable sepa de dónde sale el dinero para pagarlas; y es así que desde la aparición mágica de coches de alta gama en garajes, bolsos de lujo en vestidores, o millones ocultos en Suiza por puro arte del genio azul, este país parece absolutamente encantado, aunque ese encanto esté tan penosamente repartido.

Sean indulgentes con tales desvaríos; no son falsos, son olvidadizos; no son malvados, son inconsistentes. Y parafraseando al verdadero genio, ellos tienen sus principios, pero no dudan en cambiar enseguida por otros.

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