Opinión

DELIRIOS

Acostumbrémonos ya a no dar por sentado que todo tiene su lógica; ha desaparecido el sentido común, la normalidad la previsibilidad; lo excepcional se ha convertido en ordinario, y viceversa; el verdugo se ha convertido en víctima y la víctima en verdugo; algunos ricos lloran porque, dicen, ya no se hacen tan ricos; y los pobres, de serlo tanto, por no tener no tienen ni derecho a llorar. Los notarios quieren casar y divorciar porque ya no formalizan hipotecas -que también era otra forma de casar, mucho más lucrativa -; los banqueros culpan a los políticos de la crisis, pero les piden ayudas y más ayudas para seguir especulando. Las costas españolas vuelven a ser bocado para el expolio urbanístico y medioambiental, todo sea por explotar los recursos naturales con la ayuda de alcaldes caciquiles.

La sanidad ha dejado de ser un derecho para convertirse en un lujo, una prebenda inasumible en una Europa envejecida, llena de ancianos que enferman pero que no tienen la decencia y el buen gusto de morirse; y los viejos gastan, y cada año que cumplen siguen gastando, y algunos copan hospitales y toman medicinas, saqueando las arcas públicas; ¡qué paradoja!, aconsejamos a la gente que se cuide, que se alimente bien, que haga ejercicio diario, que no se exceda, pero, ¡ay!, que a los mayores no se les ocurra vivir demasiado, pues los viejos nunca son rentables. Y alguno de estos ancianos, reconvertidos un día en indignados ante la mirada atónita de sus nietos, desesperados éstos por no encontrar trabajo, se rebelan contra los recortes sociales y el aumento de los precios públicos, y asaltan autobuses con su piel enjuta, su trepidante pulso y su andar cansino, pero con el espíritu más revolucionario. Y el nieto observa a su abuelo en las barricadas, y reza por él.

Luego están los modernos muecines, los pregoneros, los sabios, los analistas, los gurús. Forjados en serie con idéntico molde, lucen el mismo corte de pelo, el mismo traje, las mismos gemelos en las muñecas, los mismos zapatos de cordones, y mantienen idéntico discurso: aligerar, privatizar, ahorrar, suprimir, cancelar, recortar, gravar, imponer, ajustar, sanear; conjugan a la perfección estos verbos, siempre en primera persona, siempre mayestáticamente. Cualquiera de ellos les vale para que la gente abdique, para que renuncie a utópicas reivindicaciones, para que se resigne, para que se sienta derrotada; a partir de ahora que cada cual se las apañe, ya está bien de costear servicios del maldito estado de bienestar, esa quimera ideada por nostálgicos recalcitrantes; como podéis observar no hay recursos para todos, se trata de ahora o nunca, es la última oportunidad que tenemos, cuestión de pura supervivencia; nosotros debemos seguir gobernándoos, dirigiéndoos, mandándoos. Es nuestra responsabilidad, y la vuestra es seguir nuestros dictámenes al pie de la letra.

No es tiempo, dicen, de movilizaciones sociales. No podemos perdernos en luchas callejeras ni en protestas vergonzantes. Mas si lo pensamos detenidamente, es esa la única libertad que nos queda, la que se plasma en el insumiso, en el inconformista; también en la indignación del anciano que se sube al autobús y se niega a pagar el billete en protesta por la supresión de los derechos sociales; y ojalá que a esa rebelión del abuelo se sume la del nieto; que su sangre se vea espoleada ante la lucha del jodido viejo que, no solo no tiene la decencia de morirse, sino que, mire usted por dónde, nos ha salido revolucionario. Son los delirios del nuevo mundo.

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