Opinión

Querido tío

Hay días en que uno no entiende nada; no comprende cómo la vida puede ser tan injusta y se puede ensañar de esta manera, y cómo una maldita enfermedad puede arrebatar de este mundo a una persona buena, que lo disfrutaba plenamente y compartía su alegría y vitalidad con todos los que la rodeaban. Ya, ya sé que la muerte no discrimina, que esto es una maldita ruleta y que la bola, por mucho que ruede, al final se va a parar y va caer en una casilla en la que está dibujado un número; pero cuando ese número pertenece a un ser tan querido, con tantas ganas de vivir, maldices el destino que lo eligió a él, y te planteas la sinrazón de este juego con dos tiempos, la vida y la muerte, que algunas veces proclama perdedor a quien ha hecho méritos suficientes para seguir en liza y ganar la batalla. Maldita la muerte que se lleva a los mejores.

Pero también bendita la vida que nos permite gozar de algunas personas extraordinarias. De algunos seres como tú, mi querido tío. No tuviste hijos. O quizá debería decir que sí, que a todos tus sobrinos, de una y otra rama familiar, nos convertiste también en hijos tuyos. Siempre estaremos en deuda. ¡Qué privilegio haberte tenido como tío!; estoy seguro de que cualquiera de nosotros podría contar anécdotas o aventuras corridas contigo, con el tío José Félix, amante del mar y de la montaña, amante del trial y del esquí, el que practicabas sobre las laderas de las montañas austríacas y el que algunos probamos contigo sobre las aguas de la ría de Pontevedra; amante del campo, amante de tu esposa Chus, amante de tus hermanos, amante de tu preciosa casita de Triós, con su coqueto terreno que cuidabas con esmero, y en la que siempre recibías con los brazos abiertos a tus amigos, a esa gran cantidad de amigos inseparables que tenías, y a los que también considerabas como de la familia, que se enorgullecen de tenerte como tal, y que ahora lloran desolados porque nos acabas de dejar.

Antes hablaba de que en el macabro juego del destino, este juez implacable proclama a veces perdedor a quien merece seguir entre nosotros; pero no te preocupes, querido tío, tú no has perdido, tú siempre has ganado, tú has sabido exprimir el jugo hasta el último instante y lo has compartido generoso con los que te rodearon. Muy pocos pueden decir lo mismo, muy pocos podrán vivir en doscientos años lo que tú has vivido hasta que has decidido irte. Al final es cierto eso que dicen, que no importan los años que uno vive, sino cómo lo hace. Y ahí tú eres un maestro, y así trataste de contagiar esta filosofía vital a los que estaban a tu lado. Por eso ahora sentimos tanto tu pérdida, por eso ahora movemos la cabeza negando la evidencia, resistiéndonos a aceptar que quien quería tanto a la vida la haya dejado para irse a otro lugar.

¡Cómo te estarán disfrutando otros allí donde estés!; no obstante, estoy convencido de que desde ese lugar estarás mirando a los tuyos, a tu maravillosa mujer Chus, y a todos los que ya te echan de menos desconsolados, y les estarás insuflando la alegría y la fuerza necesarias que tú siempre regalaste para que pronto venzan la tristeza, busquen y rebusquen los placeres sencillos y cotidianos que tú tan bien sabías hacer, y sigan adelante con esta vida que a veces se le da por pegar puñaladas por la espalda. Seguramente ese será tu deseo: seguid, seguid, disfrutad, la vida es un regalo, compartidla con la gente que queréis. No hay mayor placer.

¡Qué privilegio haberte tenido como tío, José Félix! ¡Qué huella tan grande nos has dejado! Y qué fácil es amar la vida si se vive como tú lo hacías. Seguro que lo sigues haciendo allá entre las estrellas. Esa era, es, y siempre será tu esencia.

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