Opinión

Resignados

Lo malo de que recibamos palos un día sí y otro día también es que corremos el riesgo de caer en un victimismo autocomplaciente, en una resignación a la que en última instancia sería lógico acudir para justificar la parálisis, la inacción o la derrota aceptada de antemano, aun antes de que comience la batalla. Como si dijésemos, “¡bah!, qué más da, este mundo es una mierda, todo huele a podrido, mires a donde mires encuen- tras porquería a mansalva, así que yo a lo mío, a intentar que no me afecte nada de esto, a que el olor no se me haga insoportable, a ponerme la mascarilla y la coraza y mirar un punto fijo al frente para que así no me perturbe lo que suceda a ambos lados". No faltan excusas para adoptar esa postura, o al menos es entendible que, estando tan hartos de pillerías y tomadoras de pelo provenientes de unos y otros, pasemos de la sorpresa a la indignación, y de esta a la condescendencia estoica; a muchísimos paisanos les han dado sobrados motivos para pensar en la inutilidad de la lucha y para convencerse de que lo único que me- rece la pena, lo único que les puede alegrar un poco el día es acabar la jornada diaria en el curro, sin aún lo tienen, llegar a casa, cenar con la pareja y sus hijos, si es que aún están despiertos, y como epílogo sentarse delante del televisor dispuestos a tragarse lo que sea, hasta que la penúltima cabezada les recuerde que al día siguiente hay que madrugar, y que queda mucho para el fin de semana, así que mejor sería levantar el culo e irse a la cama antes de que a uno le den las tantas en el sofá con la melodía de la teletienda o la voz de ultratumba de cualquier estafador de línea 806 como machacona nana paralizante. ¿Quién puede echarles la culpa de no hacer lo suficiente por cambiar la sociedad que les rodea? ¿En dónde está escrito que debamos comportarnos como héroes entregados al altruismo más extremo, si apenas logramos sacar nuestra propia cabeza a flote? ¿Cómo exigir al que está asqueado de todo que aún debe sacar fuerzas de donde no las tiene para intentar cambiar las cosas a su alrededor? ¿Cómo convencerlo de que, aunque parezca de ilusos, aún cabe la ilusión? No es fácil dicha tarea, sobre todo porque muchos tienen la percepción de que, al fin y al cabo, una sociedad enferma no es sino el fiel reflejo de los miembros enfermos que la componen, por eso la solución es imposible, pues esta pasaría por destrozar sus cimientos, y hay demasiados intereses poderosos en juego que nunca permitirían el cambio del status quo.

Decía al principio que cunde la impresión de que hemos caído en el victimismo y en la resignación. Y de que nos tragamos lo que sea con tal de olvidarnos de tanto compadreo, tantas tarjetas black, tantas dobles contabilidades, y tanto chorizo campando a sus anchas por puestos de relevancia pública. Pero, aun así, me resisto a pensar que, como opio adormecedor, nos chutemos a sabiendas dosis de la bazofia más sucia que nos puedan inyectar por televisión; ni quiero creer que, para hacernos más llevadero el día – que a veces viene jodido de verdad -, seamos la audiencia tipo a la que se dirigen zafios programas de aparea- miento como el titulado Adán y Evade la irreconocible cadena Cuatro. En fin, quiero convencerme de que contemplar a una tipa maquilladora de muertos al desnudo integral, hablando de la alambrada de Granada (¡rediós!), y al cachas de turno con su badajo balanceante, presumiendo de que su miembro (su chorra, dijo el pobre diablo) es más grande de lo normal, no es la natural consecuencia de que, de tantas leches que nos han dado, al final nos da igual ocho que ochenta. Porque, si es así, definitivamente no tenemos remedio alguno.

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