Opinión

Reunión de graves

Estos días el selecto y misterioso Club Bilderberg celebró en Copenhague su reunión anual. Un club del que poco se sabe y mucho se especula; en el que sus miembros y los invitados a asistir a sus reuniones están sujetos a un estricto deber de secreto y confidencialidad, pues nada de lo que allí se habla o decide puede darse a conocer. Un club que nació en los años 50 en el hotel Bilderberg, en Holanda, promovido por un político judío/polaco preocupado por el creciente antiamericanismo que florecía en el continente europeo, y por eso pretendía que importantes políticos, empresarios y dueños de medios de comunicación trabajasen en pos de una mayor unidad de Europa y Norteamérica para hacer frente al poder de la URSS y del comunismo, en plena guerra fría.

Hoy en día el halo de misterio y aislamiento del que se sigue rodeando, la indudable subordinación de las decisiones políticas globales a lo que demandan los oligopolios financieros, y el servilismo, con pocas excepciones -lo vemos también en nuestro país- de grupos de comunicación al poder que mejor les dé de comer, hace sospechar que en esas reuniones no se debate sobre cómo asegurar el futuro bienestar general en un mundo cada vez más desigual, ni sobre cómo erradicar la hambruna del tercer mundo, ni tampoco sobre cómo se pueden evitar las guerras civiles que asolan continentes enteros mientras su población huye despavorida a atestados campos de refugiados, porque luchar para evitar esos conflictos es tanto como tirar piedras contra el tejado de países y multinacionales, que hacen su agosto año tras año armando hasta las cejas a las facciones tribales, con sus señores de la guerra al frente. ¿O es que alguien puede ser tan ingenuo como para no pensar que las guerras civiles en los países pobres son un chollo para las naciones ricas? Pues eso.

¿De qué se habla entonces en este misterioso club de notables? Oficialmente ese año tocaba disertar, entre otros asuntos, sobre la recuperación económica, el futuro de la democracia, la política y la economía de China y la crisis en Ucrania. O lo que es lo mismo, que diría un mal pensado, van a decidir, entre copa de coñac Henessy y un buen Cohiba (que hay que invadir Cuba, pero salvemos sus habanos, que son los mejores puros del mundo), cómo reventar los casinos de las bolsas mundiales sin que el populacho se nos revolucione, cómo convencer a los dirigentes chinos de que no se zampen todo el pastel, quizás permitiéndoles que se hagan dueños de todas las tierras de cultivo africanas y suramericanas, pues esa cantidad de bocas amarillas no hay despensa local que la aguante; también hablarán de cómo deben actuar los líderes europeos frente a los grupos que se quieren cargar lo que ellos llaman elegantemente el establishment, y la permanencia y preeminencia de los mismos, y también cómo pactar con Rusia para que se trague a Ucrania sin que se arme demasiado revuelo, que ya sabes, Putin, tenemos que dar imagen de fuerza y de oposición a tus planes, pero bueno, todo de boquilla, tú a tu rollo, adelante con la anexión, pero no nos jodas, no nos cortes el gas, que a ver cómo nos calentamos en invierno. Y tras deliberar sobre tan graves temas, los asistentes se montan una bacanal que te pasas para celebrar que, una vez más, han vuelto a salvar al mundo.

Hoy un país no es nadie si no envía delegados a ese club. Nosotros hemos mandado a la reina Sofía; al ministro García-Margallo; al presidente de Prisa, Juan Luis Cebrián, y al director de La Caixa, Juan María Nin. Corona, gobierno, prensa y poder financiero, unidos de la mano en buena compañía. Solo faltó Pablo Iglesias, como representante del quinto poder, aún indócil. Aunque seguro que su nombre saldrá en los corrillos de los importantes.

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