Opinión

Ruidos

El ministro de Economía en funciones, Luis De Guindos, presentó recientemente en un acto público su libro titulado “España amenazada”, bajo el orgulloso padrinazgo de su jefe Rajoy. La sola contemplación de la portada del libro causa pavor, pues la fotografía de De Guindos en primerísimo plano nos transporta, aun sin quererlo el autor —supongo yo— a la época del Chicago de los años 20, con sus mafias, su ley seca y sus  esbirros campando por sus calles y barrios. Amenazadora escena, sin duda. Y en lo que atañe al contenido del panegírico, el hecho de que Federico Jiménez Losantos, que ideológicamente rula a la derecha de Franco, haya dicho en su programa de radio que ese libro, para él, son «ciento treinta páginas de letra gorda, con un prólogo de siete de Mariano. En menos de cien páginas enhebra diez mentiras monumentales», hace que uno se replantee muy mucho el hecho siquiera de ojear y hojear el libro. Aunque la verdad es que no hacían falta las palabras de Losantos para que a uno se le quitaran las ganas: basta con leer el subtítulo («De cómo evitamos el rescate y la economía recuperó el crecimiento») para convencernos del contenido panfletario que le espera al lector. Panfletario y mentiroso, al parecer.

Aunque no era esto lo que les quería comentar, sino más bien la negativa de ambos, De Guindos y Rajoy, a contestar a las preguntas que los periodistas que acudieron al acto les querían a hacer sobre las últimas novedades políticas del país. Ya saben, lo de una tal Rita Barberá, o lo de un cual José Manuel Soria, y algún que otro chascarrillo que las malas lenguas andan propagando por ahí. Ambos se salieron por peteneras, a lo Paco Umbral cuando solo quería hablar de su libro, y solo Rajoy, al final, ante la insistencia de unos cuantos pesados en sacar a colación los temas de corrupción, dijo una frase memorable: «Es hora de acabar con el ruido y ponerse a las cosas que importan: la economía, el empleo, la seguridad y el futuro».

Oración que viene a condensar lo que ha sido el comportamiento del presidente, ora electo, ora en funciones, desde que ganó las elecciones de 2011. Y es cierto, claro que Rajoy no escuchó el alboroto de sobres y pago de obras en B en su propia sede, pese al ruido de taladros bajo su alfombra, y se dedicó al empleo, hasta el punto de coger un país con tasa de paro del 20,90% en diciembre de 2011, y llevarlo, finalizado el segundo trimestre del año 2016, a un extraordinario 20% de desempleo. Increíble logro, teniendo en cuenta además el daño hecho a la clase baja y media de este país durante todos estos años. Y no, tampoco escuchó Rajoy el ruido de la Gürtel o de la Púnica, y tampoco el ensordecedor estruendo que se produjo cuando el PP se convirtió en el primer partido imputado en la historia de la democracia española. Ruidos, chismes, cosillas de aquí y de allá. Lo suyo era centrarse en la gestión económica para, por ejemplo, llevar la deuda pública más allá del 100% del PIB (record nacional), o para incumplir los objetivos de déficit público una y otra vez, o para crear uno de los países más desiguales de la Unión Europea.

Y no escuchó el ruido de los trenes, aviones y autobuses en los que se largaron lejos de aquí miles de jóvenes cualificados, a los que Rajoy no supo darles un futuro; jóvenes que desde la distancia contemplan con una mezcla de estupor e indignación cómo el gobierno da por perdidos 26.300 millones de euros de los inyectados en la banca para su rescate, operación que el mentiroso De Guindos calificó, palabras textuales, como  «un préstamo en condiciones muy favorables, mejores que las del mercado». Ni les cuento la cantidad de becas y ayudas a esos jóvenes que cabrían en ese agujero indecente. 

Ruidos, solo ruidos, y más allá de los ruidos una gestión impoluta. Palabra de Rajoy y De Guindos.

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