Opinión

Consentidos y pardillos

La estupidez no necesitaba de la tecnología para ser un fenómeno global, pero las redes sociales han espoleado a los cafres como cuando el gracioso de la clase recibía el jaleo retorcido de sus compañeros. De cativos, la medida para detectar al pardillo o al aguililla era la habilidad para cometer la travesura sin ser pillado. Y había alguno que merendaba tortas en el colegio y comía doble ración al llegar a casa. Los remilgos no se estilaban a finales de los años 70 y comienzos de los 80, el estacazo era una herramienta de uso común en un modelo educativo inflexible que evitó que algunos se despeñasen por el barranco de la adolescencia. El castigo se asumía sin más traumas que el bochorno por haber sido cazado. 

El reloj no se detiene y el mundo no camina hacia atrás. Las nuevas generaciones siempre serán más listas que las anteriores gracias al conocimiento heredado que pueden consultar con un gesto de mano, pero la inteligencia no inhabilita la estupidez, de eso se ocupa la educación. Y como hay menos niños, cada vez están más consentidos, con lo que la frustración está garantizada ante cualquier pequeña adversidad. Reciben tanta atención cuando son pequeños que al alcanzar la adolescencia necesitan seguir siendo el centro de atención para sentirse realizados. Y algo parecido sucede al llegar a la supuesta madurez. 

El Grupo de Investigación y Análisis de Tráfico ha empurado a dos insensatos al volante gracias a la colaboración ciudadana. Los 15 agentes que componen la patrulla cibernética en Galicia consiguieron identificar a una moza de 21 años por circular con un fulano subido al parabrisas el pasado mes de julio en Negreira. También cazó sin necesidad de cámaras ni radares a un chaval de 21 años que el 20 de julio puso el coche a 200 kilómetros por hora en una zona de Ponteceso limitada a 80. Hay que ser muy lerdo no sólo para grabar la prueba, sino para subirla a las redes sociales. 

En Alicante, un tipo de 28 años la palmó por tirarse en paracaídas a 50 metros de altura desde un silo de una cementera con la intención de grabar el salto para subirlo a su canal de Youtube dedicado a los deportes de riesgo. Tenía seis suscriptores y en su último salto ha conseguido ir más allá.

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