Opinión

"Dame las zapas"

Las generaciones que trasegaron la adolescencia en la década de los 80 salían a airearse con la pestaña atenta para que no le mangasen la paga nada más pisar la calle. Eran tiempos de reconversión industrial y paro, famélica esperanza y vidas estragadas por el caballo del que todavía se desconocían las posteriores consecuencias. Con la persuasión de la aguja de una jeringuilla hasta el mazas del barrio consentía sin abrir la boca que le limpiasen las zapas J'hayber para las que había estado ahorrando un montón de tiempo. Otra prenda codiciada entre los manguis era el plumífero de la marca Roc Neige, que sólo se lucía para salir a ligar en la discoteca las tardes de viernes y sábado. Vestirlo para abrigarse camino del instituto resultaba una temeridad que sólo podían asumir los que procedían de una familia con el riñón cubierto. En el instante en el que un pillo le echaba el ojo al plumas se estaba más cerca de perderlo de vista para siempre por gracia de un descuidero o por el filo de la navaja. 

Los padres de esos adolescentes también cargaban a todas horas con el radiocasete extraíble del coche y se esforzaban en que no quedase nada a la vista. El olvido de una chupa o de unas gafas de sol era castigado con una ventanilla rota antes de que al incauto le diese tiempo a corregir el despiste. 

Después llegaron los Juegos de Barcelona 92, la Expo de Sevilla, las hipotecas para adquirir chalé adosado, BMW y viaje al Caribe en el mismo paseo al banco y los robos de zapatillas o plumíferos pasaron a ser un delito vulgar incluso para los chorizos de la condición más baja. Si no se trataba de un móvil de última generación no merecía la pena manchar las manos. Por eso en el repaso de la jornada para llenar el folio sorprendió la detención en Vigo de dos menores de 15 y 16 años por robarle hace cuatro días las zapatillas a un chaval de 13 años. Uno le preguntó por el móvil, el otro le dijo que querías sus zapas y ante la negativa se las arrancaron de los pies tras caer al suelo por un puñetazo. Una situación así no se había visto ni durante la última crisis económica que comenzó en 2008. Las consecuencias de la pandemia pueden ser de mayor calado. Los padres ya no pueden costear los caprichitos del nene y nunca le han dicho no. 

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