Opinión

La espuma en el entierro

Cuando muere un conocido se acude al velatorio a despedirlo. A los seres queridos, o a los familiares de la gente que aprecias, se les acompaña hasta que los restos del finado reposan en el cementerio. Sucede cada vez menos por las cremaciones, una manera de ahorrar nicho y de acelerar la conversión en polvo, aunque en ocasiones la urna con las cenizas acabe olvidada en el trastero en el que se depositó temporalmente hasta encontrar el momento y el lugar apropiado.

Cada palada de masa sobre el canto del ladrillo chirriaba como la tiza arrastrándose por un encerado.

Durante la pandemia tocó ir a un entierro de un ser querido en León, como le ha pasado a casi todo el mundo en aquella masacre generacional. No era la primera ola, pero todavía imperaba la distancia personal para contener el impulso emocional y frenar la propagación del covid. Diez personas por sala en el tanatorio y con la caja precintada ante la mínima duda de que la causa del fallecimiento obedeciese al coronavirus. En el cementerio de León, otros tantos deudos despidieron a la difunta, en este caso. Un ascensor de obra elevó la caja hasta el cuarto nicho. Una vez dentro, subieron dos albañiles con ladrillos, cemento y las herramientas para cerrar el agujero. Cada palada de masa sobre el canto del ladrillo chirriaba como la tiza arrastrándose por un encerado. La primera hilera fue colocada con silencio de entierro, sólo quebrantado por las lágrimas y el graznido de la paleta al contacto con el ladrillo. A la segunda fila, los familiares, con buenas voces, se arrancaron a cantar. El camposanto se llenó de trinos que aligeraron la espera de una media hora contemplando las labores de albañilería. Nadie quiso marcharse hasta que el nicho estuvo clausurado. El tiempo que le llevó a los dos obreros la faena incrementó la angustia de los más sentidos.

Cada palada de masa sobre el canto del ladrillo chirriaba como la tiza arrastrándose por un encerado.

El jueves pasado tocó ir de entierro a Torea, preciosa parroquia del Concello de Muros que una jueza de Marbella consideró “Galicia profunda” para justificar la retirada de la custodia a una madre con un cativo de 18 meses. A 12 kilómetros de Muros y a 50 de Santiago, pocos lugares hay mejores para que un rapaz se asome a la vida. Y aquí el enterrador empleó una pistola de espuma de poliuretano para despachar en cinco minutos el sellado de un nicho que en una capital llevó media hora. El dolor es el mismo, con lluvia se agradece el avance.

Te puede interesar