Opinión

A un hervor del feminismo

Un colega tiene la fabulosa habilidad de llamar siempre que toca batida por el tambor de la lavadora para localizar el calcetín tímido. "¿No te habré vuelto a pillar con las tareas propias de tu género como la colada?", bromea cuando se da cuenta de su puntería con la faena doméstica del chófer de anécdotas. La mañana que escucha que la ración de palique no será generosa por la olla en el fuego, redobla la chanza: "Pero si tú te tienes que sentir en la cocina como un intruso". Recuerda aquella genial viñeta de Forges en la que un hombre le dice a una mujer: "Hoy hago yo la cena. ¿Dónde está la cocina?".

La conversación puede girar hacia la fórmula magistral de colgar en percha para ahorrar plancha o sobre los "hombres blandengues" como los que destestaba el Fary que se ha encontrado en el supermercado. Este hombre que siempre se ha ocupado de sus hijos porque su pareja trabaja fuera de casa, hace las camas como le enseñaron de niño, pone la lavadora, va a la compra y cocina si el menú no es complicado, considera imprudentes las manifestaciones del 8-M en plena pandemia con motivo del Día Internacional de la Mujer. Aunque en los 80 actos que se celebraron en Galicia el cumplimiento de las medidas sanitarias fue ejemplar, el argumento de la pandemia tiene un pase. Así lo interpretó la Delegación del Gobierno en Madrid para prohibir las concentraciones. Lo preocupante es que este hombre con un comportamiento feminista tampoco ve necesarias las manifestaciones. Dicen que harían falta 300 años para acabar con la brecha salarial del 20,5%. El 8-M también es imprescindible hasta que la mujer pueda volver a su casa sola y sin miedo y el colega no se sienta un intruso en la mani como ya no lo es en la cocina. 

Te puede interesar