Opinión

El marido de su nieto

El marido de su nieto tiene tres años más que su hija mediana, que ya hace unas cuantas lunas que ha pisado la cincuentena. La mujer de su hijo mayor ya había alumbrado a una hija que podría ser madre de su hermana, la tercera nieta. La hija pequeña se ha casado con un tipo que la ha convertido de repente en madre de una adolescente y le ha regalado otra nieta adoptiva a sus padres. La feliz pareja camina con paso firme por el filo de la vida, sin cuestionar las decisiones de sus retoños, como sí hicieron con ellos sus padres incluso para darse el sí quiero.

De vez en cuando, todos se reúnen bajo el mismo techo y no hay reproches, monsergas u homilías, más allá de algún roce razonable en cualquier convivencia.

Mientras la peña vive a su manera, otros se empeñan en frenar los avances sociales de una tierra que puede ser ejemplo en muchos asuntos para una gran parte del mundo. El personal ha decidido vivir sin pedir permiso ni perdón, porque tampoco tiene motivos para hacerlo, aunque a veces los que gobiernan no estén a la altura de los tiempos por un cruel cálculo electoral o por canguelo a perder las canonjías a las que creen tener derecho por mandato superior o por herencia.

Desde que se instauró la democracia, a este país gris y temeroso no lo reconocería ni el más entusiasta de los soñadores de pelo largo del 68. La economía importa menos de lo que nos quieren hacer creer. Es más, el día que se vuelva a apreciar el valor de la tierra, la importancia de los trabajos manuales y el imprescindible respeto al otro, por muy distinto que sea o se sienta, a muchos se les habrá acabado el negocio.

Lo bueno de las modas es que pasan. La gomina en los consejos de administración es historia; cuando alguien viste traje, o curra en un banco o te intenta colar un seguro; la falda mini se ha quedado larga sin que a nadie se le ocurra propinar un piropo impertinente; el hombre, gracias al cielo, se ha convertido en blandengue, como detestaba El Fary; y la mujer está a punto de conquistar las mismas oportunidades. No hay dinero que pague ser capaz de aceptar al marido de tu nieto en la mesa con el mismo cariño que se invitaría al de la nieta. De cuartos seguimos tirando. Es mucho.

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