Opinión

Milagroso

Imagine que su entrenador personal es gordo y que el responsable de aplicarle un costoso tratamiento capilar luce una resplandeciente alopecia. El hombre que predica desde el púlpito es orondo como una pelota de playa. Nada tiene que ver con el melenudo que está clavado en la cruz. El tipo que habla desde el atril o la tribuna de oradores para convencernos de que su crecepelo económico es infalible camufla su llamativa calvicie con la pelusa que se resiste a caer en la orilla de la cabeza.


Los dos repiten un discurso sin conexión USB con la realidad actual. Pero hay gente que asiente y da sus palabras por verdaderas. Unos comulgan con lo que les dicen por no disgustar a la persona que tienen al lado. Otros prefieren no hacerse preguntas por el canguelo de una respuesta descorazonadora y se agarran a una gracia para no volver sobre la página anterior. 


Un marinero de las Rías Baixas aconsejó hace tiempo a Núñez Feijóo que no era razonable "xuntar repolos con centolos". La anécdota comentada ayer por el presidente de la Xunta en las Rías Altas fue celebrada con una carjada, pero lo cierto es que indica que le llevó tres años hacerle caso a un paisano que vio a la primera el problema de aglutinar el mar y la tierra en una única consellería. Reconocer el error es estar más cerca del acierto, pero la equivocación ha castigado a millares de gallegos que las pasan canutas para malvivir tanto de la tierra del mar como del mar de la tierra. Es sólo un ejemplo. Feijóo ejerce de tuerto en un país de cegatos.


Con la homilía del sacerdote o la arenga del político no baila el alma, no palpitan los pies ni sudan las manos por el aplauso o el trabajo. Las palabras suenan a monserga, a rito estancado y monótono, a discurso incomprensible y vacío. El milagro es que la gente siga creyendo que hay que creer. No se sabe bien en qué. Y si alguien duda, ahí está Cataluña, a la que podemos echarle la culpa. A los trincones del 3% les viene de perlas que se hable de la sensibilidad independentista en vez de corrupción y de una caja que han dejado famélica. Los políticos que defienden la unidad de España están encantados porque ahora estamos más preocupados de que Cataluña no se vaya que de echarlos a todos. Va a tener razón el cura. Al menos no roba. O es más fácil creerlo. 

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