Opinión

La monja, el ciego y el parado

La moza apresuró el paso para ser atendida antes en la zapatería. Sería una escena de lo más cotidiana si no fuese porque vestía hábito de monja, calzaba zapatillas de deporte y cargaba con una mochila a la espalda. El dependiente le comunicó que todavía no había recibido las zapatillas que había encargado, pero que le dejase su número de teléfono para avisarle nada más le llegase el pedido. Después de apuntarlo, el dependiente le preguntó por la hora más apropiada para telefonearla y ella respondió en voz alta: "Llámeme a la hora que quiera, si no le cojo el teléfono es que estoy rezando". Él insistió sobre si había un momento más apropiado a lo largo del día porque el hábito sigue imponiendo, pero la monja se reafirmó en su razonamiento: "No se preocupe, si no le cojo es porque estoy rezando, pero después le devuelvo la llamada".

A estas alturas de la escena, este chófer de anécdotas ya estaba envidiando a la rapaza porque, según repitió, su única preocupación a lo largo del día es darle más al ruego que al mazo, aunque cada uno fija sus prioridades vitales según le salga del pie derecho o del izquierdo. Cuando la monja salió de la zapatería a la misma velocidad con la que llegó, como si estuviesen tocando para el rezo, el dependiente comentó que no entendía la insistencia con la oración porque lo chocante hubiese sido que dijese que si no atendía al teléfono era porque estaba cambiando pañales, jugando una pachanga de pádel o pelando la pava con algún curilla simpático. Los clientes, más atentos a la conversación entre el dependiente y la monja que a los zapatos que se estaban probando, se rieron con el comentario y alguno aireó su sorpresa ante una vocación que daba por extinguida. "Pues no es un mal chollo, por lo menos no tienes grandes preocupaciones", añadió uno, máxime cuando Cáritas describe un Estado con 700.000 hogares sin ingresos y a pesar de la buena noticia sobre la reducción del paro, tener un empleo ya no garantiza que puedas esquivar la pobreza.

Con esta reflexión andaba el conciliábulo que se cita en el abrevadero para destripar las noticias de cada día, cuando llegó Paco, un ciego de gran corazón. "Buenas tardes", saludó animado. "Serán para ti", sentenció un cliente desempleado. Dieron ganas de echarse a rezar.

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