Opinión

El perro sí, el dueño no

Los perros ayudan a distraer la soledad, saben más de lealtad que muchas personas y nunca pasan la cuenta por el cariño sin condiciones. Una finca sin perro es como una promesa por cumplir, pero un can en la ciudad se convierte en molestia por los ladridos al otro lado del papel pared o las defecaciones en la calle. Un colega tendero de A Coruña no sabe qué hacer para disuadir a una mascota que ha marcado su territorio en una esquina de la puerta del establecimiento. Ha puesto una garrafa de agua como se ve en algunas calles, pero finalmente ha desistido. “Sólo le falta amorrarse a la botella después de mear, pero lo que más me fastidia es que la dueña tiene más que decir  cuando salgo a gritos para espantar al animalito. Sé donde vive y hasta me he planteado ir a su casa a mearle en la puerta”.

La pataleta podría salirle cara. La Policía Local de Lugo detalló ayer que una patrulla camuflada del Grupo Operativo Nocturno tramitó siete actas de denuncia por infracción a la Ley de Residuos de Galicia tras sorprender a siete jóvenes cuando orinaban en la vía pública. En Santiago identificaron a otro chaval el sábado por aligerar la vejiga en la calle. ¿Y si se tratase de un circunspecto sesentón con urgencias de próstata que no encuentra un bar cerca como le sucedió a un amigo este fin de semana? Confesó avergonzado no tuvo más remedio que servirse de un árbol.

El censo canino supera al de niños en Galicia, como en otras partes, y pocos dueños pasean con una botella de agua jabonosa para baldear los orines del perro. Los ayuntamientos cuentan con abundante normativa que obliga a recoger los excrementos de los canes pero todavía no se ha visto a una patrulla sin camuflar identificando al infractor. Con los perros ladran sin morder. 

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