Opinión

La rara de la mascarilla

Hay peña que se siente descolocada al adentrarse en terreno familiar porque la prudencia sigue interpretándose como un gesto de desconfianza. Superada la cifra psicológica del millón de casos de covid-19 registrados en todo el Estado, tiene que resultar terrible sentirse en peligro en el lugar que se elegiría sin pestañear como refugio si el riesgo fuese visible. 

"Con mi familia me siento desprotegida. Me veo obligada a bajar la guardia para no quedar como la rara y para que no parezca que los estoy tachando de irresponsables", comentó ayer una colega coruñesa tras interesarse por la restricción en Ourense que sólo permite sentarse a la misma mesa en una terraza a los que comparten vivienda. "A mí eso me tranquilizaría porque si abres la mano a la familia y a los amigos, aunque sean muy cercanos, el riesgo de contagiarte es mayor que si te tomas unas cañas con gente que acabas de conocer", prosiguió con el razonamiento mientras aumentaba la separación con el interlocutor de manera inconsciente, o eso pareció. "En las reuniones familiares me hacen sentir como una quinceañera cuando le pasan un pitillo que no quiere fumar. Me dejo arrastrar por el grupo, me quito la mascarilla y no lo disfruto porque siempre estoy en tensión. Y estoy segura de que hay mucha gente que se siente como yo, comprometida a estar en reuniones sin protegerse para no quedar como los raritos". 

Poco después, un vecino coincidió por azar en el camino de regreso a casa. Venía rezongando contra el personal que sujeta la papada con la mascarilla para zafarse de la multa en vez de taparse la boca. Se aplicó gel concienzudamente al tocar el pomo del portal pero al llegar al ascensor pretendía compartir el habitáculo. Raro.

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