Opinión

Sisar sobras para un palacio

Lo presentó un pariente político como hijo de una marquesa gallega con pazos. Estaba ocupado en un palacio que cada cierto tiempo aparece en la televisión albergando un acto de postín. Afectaba las maneras para que se notase el abolengo, aunque la exageración alejaba de la elegancia. Y cada cierto tiempo aparecía aportando una nota de fachendosa simpatía convirtiéndose en un elemento más del paisaje durante las celebraciones. 

Para compensar un fin de semana familiar como invitado en el chalé de su amigo, decidió organizar para todos la comida del domingo en las dependencias del palacio destinadas a alojar al personal de la dirección. La visita no defraudó a ninguno de los visitantes, aunque la comida se sirvió muy tarde. El vino en copa de plata, las viandas en porcelana fina sobre un mantel de encaixe de camariñas, pero muy tarde. 

El anfitrión se ausentó un buen rato mientras los comensales esperaban un menú a la altura de la postal arquitectónica. Y cuando por fin comenzaron a comer, uno de los invitados se dio cuenta de que lo que le presentaban en el plato no estaba a la altura de tan pretencioso envoltorio. "Cariño, que nos estamos comiendo las sobras de la cena que trajimos nosotros", susurró a su pareja.

Resulta que el fulano agarró lo que no se habían zampado la noche anterior sin que nadie se diese cuenta y después de hacer de guía por los imponentes muros, pidió tiempo para meterse en la cocina a reinterpretar un plato que sazonó con relato. Hay que tener mucho papo para intentar colar el engaño. Las dos parejas que se sentaban a la mesa se miraron con un gesto de complicidad pero nadie abrió la boca. "Pensé decírselo, pero me dio tanta vergüenza que me callé". La posición no siempre tapa al miserable. 

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