Opinión

Videopelmazos

El turista caminaba hablando por el móvil con el manos libres y al paso despreocupado del que está de vacaciones. Al girar la esquina y encontrarse de frente con la catedral fue levantando la cabeza a medida que abría la boca. Al otro lado de la línea preguntaron si le había pasado algo por los segundos de pasmo. “Estoy bien, sólo que acabo de llegar a la catedral y estoy alucinando. Te voy a hacer una videollamada para que la veas”, contestó con la intención de compartir su emoción. “No me hagas una videollamada”, contraatacó una voz femenina desgastada. “Pues se la hago al cuñado para que te la enseñe”, insistió el turista para evitarle a la señora el enredo tecnológico. “No me la hagas ni a mí ni a nadie; ni de viaje dejas de dar la lata, hijo”.

Sabias palabras de la madre. La videollamada es invasiva, sobre todo cuando te preguntan de repente, que es como por la espalda, ya que puedes estar en la intimidad del baño o peleándote con un grano delante del espejo sin riego en ese momento para armar una disculpa convincente. Y la de móviles que nos apuntan sin que nos demos cuenta por la calle. La procesión de la videollamada se aprecia más en épocas festivas como la Semana Santa. Como una gran parte del personal camina con la cámara del móvil barriendo las aceras, puede que el vecino no te haya visto bajar a por pan con el chándal que tuvo un pase en el Mundial del 78, pero no se puede descartar que te hayan cachado desde México o Buenos Aires en el directo de un turista para fardar de vacaciones.  

A finales del verano pasado un tipo con indisimulable gracejo gaditano recorrió la explanada de O Parrote de A Coruña encañonando con la cámara del móvil a todo el personal que contemplaba sentado en los bancos los últimos rayos del día desmayándose contra el puerto mientras narraba a voces para sus colegas los alrededores y las características de “la casa del millonario”. Un despistado aprovechó para ubicar la vivienda de Amancio Ortega con la precisión del callejero, pero el entendido falló en el apunte posterior: “En donde realmente vive es en su hípica a las afueras”. “Éste lo manda a dormir con los caballos”, bromeó una pareja cuando se alejó el pelma de la videollamada. “Menos mal que salimos arreglados porque ya nos conocen en Cádiz”. O en Sidney. 

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