Opinión

Tribuna | Uno llega a Oseira

photo_camera Vista general del monasterio de Oseira, el Escorial gallego.

Uno llega a Oseira –normalmente- por la carretera que une Cea con Cotelas, para tomar en este punto la bifurcación a la derecha. El valle por el que discurrimos es de cierta angostura, pero se va estrechando conforme nos acercamos –así lo requería la regla del Cister-. El lecho del río Oseira discurre por el punto de cota más bajo, salvando desvíos parciales de su curso y saltos de agua dispuestos por los monjes para su aprovechamiento hídrico. Una masa un tanto densa de árboles de ribera limitan la visión en las proximidades de la llegada. El efecto escenográfico –no buscado- es impactante.

De repente, la masa de las fachadas Este y Sur del monasterio se nos echan literalmente encima, más para aquel que lo visita por primera vez. La velocidad del transporte en el que nos movemos apenas sí da tiempo para reflexionar en el juego volumétrico de las geometrías con sus altas paredes. De inmediato ya nos encontramos en la explanada habilitada para visitantes, al Noroeste.

Desde allí vislumbramos la parte de la nave del Evangelio del primitivo templo abacial del siglo XIII; visión compartida a nivel volumétrico y de composición con el prisma dedicado a biblioteca y nueva hospedería del siglo XVIII, y que en ángulo recto conecta con la nueva sala capitular de Fray Plácido Iglesias, también del siglo XVIII. Estas nuevas construcciones se insertan en el ábside del templo, para lo cual hubo de demolerse y reformar los absidiolos próximos o en línea con la nave de la Epístola; en todo caso en pugna por el espacio con la nueva escalera de maitines del siglo XVI -tras demoler la antigua escalera- y que da servicio a la zona de dormitorios en el claustro de los pináculos. Alguna cruz sobresale por encima del lienzo de muros -más bajos y en primer plano que cierran el cementerio. Mientras, se interpone –en segundo plano y un poco más alto- el volumen intermedio de la capilla de San Andrés (siglo XIII). El conjunto semeja el cuadro abigarrado de un pequeño casar o poblamiento. La capilla de San Andrés, se dice pudo haber sido el templo primitivo de los primeros monjes benedictinos -antes de pasarse a la regla cisterciense-. Sin apartarnos de esta imagen descrita, destaca sobremanera el óculo rosetón del transepto, con tracería sencilla en forma de trébol de cuatro hojas. Por encima de este, un sencillo y nada desproporcionado cimborrio ciego que alberga en su interior la majestuosa cúpula nervada de la que se puede gozar en el interior del templo (siglo XIII). Otros pequeños volúmenes o absidiolos salen de la cabecera -algunos fueron trocados en rectangulares en reformas llevadas a cabo a finales del siglo XVIII -para acompañar esta amalgamada pero bella imagen y que tal vez sea la que más primitivismo evoca en el conjunto-. En todo caso, y tras dejar el vehículo en la explanada, es lo primero que se alcanza a ver.

Oseira es, sino el más bello, uno de los más bellos monasterios de Galicia. “Escorial Gallego” se le denomina en ocasiones. De la lectura de su trazado geométrico –planos de planta y alzados- se deja traslucir como una partitura que nos traslada sensaciones de belleza y armonía, sensaciones que se ven expresadas luego de forma real en el conjunto. Un catálogo de estilos arquitectónicos es lo que puede verse y vivirse en la visita (románico, gótico, renacimiento, barroco…). En los primeros estadios fue la iglesia abacial y el claustro de la regla (el de los medallones), con sus estancias auxiliares. De todo ello nos queda la iglesia y algunos elementos parciales de las crujías del claustro –como por ejemplo, las laudas sepulcrales de los siglos XIV y XV extraídas tras las reformas del claustro, cementerio y pavimento de la iglesia, y que fueron colocadas luego en la plementería de la bóveda del locutorio, siglos XVI/XVII-.

Con la reforma en el siglo XVI del claustro reglar –la última del siglo XVIII-, se reformó también la sala capitular, llamada comúnmente “de Las Palmeras”-se terminó en el XVI comenzando en el XV-; sala de nueve bóvedas nervadas. Un acierto de inspiración que le ha dado fama a Oseira y en la que algunos autores ven plasmado un elaborado lenguaje críptico. En todo caso, uno se encuentra bien en ese espacio y no acierta del todo a explicarlo. El viejo refectorio en el lienzo Sur del claustro Reglar, del siglo XIII, nos retrotrae de nuevo a ese románico tardío en el que se palpa la huella que la sencillez de la regla del Císter imponía a su arquitectura –hoy utilizado como museo de la piedra-. Este, se ubica justo debajo del nuevo refectorio del siglo XVI, una planta más arriba, nuevo refectorio que fue restaurado en el año 1978 por el padre Juan María, tras su ruina en la etapa de la exclaustración.

El muy sencillo, casi escueto claustro de los pináculos, de mediados del siglo XVI, junto con el prisma saliente del antiguo dormitorio de ancianos –prolongación de la crujía linde de los claustros reglar y de pináculos- ayudan a modular ese carácter de fortaleza soberbia que adquiere el conjunto hacia el Sur y que se aprecia cuando se está llegando al sitio por carretera.

Las reformas religiosas y sociales de los convulsos siglos XIV y XV, provocaron la implementación en el complejo, de nuevas estancias para los conversos, hermanos legos etc., apareciendo un nuevo claustro que, y una vez vuelta a disolverse esas diferencias de clase en la actividad conventual, harían que se remodelase de nuevo para acabar como hospedería, salas nobles de recepción y estancias del abad. Así parece surgió el claustro de los caballeros y de la hospedería (siglo XVIII), claustro por donde actualmente ingresamos al monasterio para su visita.

La iglesia abacial, “madre” del complejo conventual posiblemente iniciada en el 1185, durante el abadiato de Fray García II, es una pieza magnífica dentro de la, como se dijo, sencillez de ornato del Cister. Su capilla Mayor, con girola y capillas –esquema basado un tanto en la catedral de Santiago de Compostela y apartándose un tanto de la forma de hacer del Cister presenta una columnata con espacio abierto a la girola –en línea con la de Santa María de Melón- que nos ofrece una belleza plástica de conjunto magnífica. Preside el eje de este espacio la también magnífica talla del siglo XII de la Virgen de la leche “Santa María la Real de Oseira”. Al parecer la talla se encontraba ubicada en la capilla de San Andrés. Por techo de esta capilla mayor, la mentada cúpula nervada policromada. Otro elemento arquitectónico destacado en la iglesia lo es también el coro alto, a los pies del templo (siglo XVI), ejecutado mediante arcos carpaneles de terceletes y círculos, en un alarde arquitectónico significativo.

El espíritu se ensancha y sobrecoge a la vez cuando desde el aparcamiento nos aproximamos a los jardines de ingreso. Allí nos quedamos parados contemplando -vista al frente- la arquitectura churrigueresca del siglo XVIII de la portada del claustro de los caballeros, con traza de Francisco Castro y Canseco y continuación de la obra por el benedictino de Celanova Fray Plácido Iglesias. A la izquierda, la barroca fachada del templo del siglo XVII -tras haberse derruido la primitiva fachada- y en la que se implementaron unas torres campanario a juego.

Dentro del monasterio, y en las remodelaciones habidas en las diferentes etapas históricas, destaca también la escalera de honor del siglo XVII con trazas tal vez de Simón de Monasterio, posteriores obras en hornacinas entre pilastras y fuente en uno de los ángulos del rellano. Pieza que en su conjunto, con techo y hornacinas aveneradas en los lunetos, que nada tiene que envidiar a ejemplos similares de arquitecturas de este mismo estilo en España y Europa. De similar grandilocuencia es la escalera de los obispos, del siglo XVI, también con hornacinas aveneradas donde se alojaban las imágenes de estos –hoy desaparecidas-. 

En fin, una interesante lección de arquitectura en todos y cada uno de sus detalles.

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