Opinión

La cunca y la rosa del vino

La taza ha sido uno de los recipientes más utilizados para beber el vino, como lo atestigua Covarrubias, en el siglo XVII. En relación con la cunca, Eladio Rodríguez señala que la de madera, o “escudilla”, estaba reservada para el caldo, en tanto que la de barro vidriado o bien la de loza, eran las que se empleaban para el vino. Sin embargo, en muchas casas aldeanas escaseaban las piezas de vajilla por lo que su uso era indistinto, tanto si se trataba de utilizarlas para tomar el caldo, como para las papas o bien el vino. Tal acontecía en A Franqueira (A Cañiza), según recuerda un informante, donde lo que había era la cunca del caldo, que era grande y “se utilizaba para beber cualquier cosa; también vino, cuando lo había”.

Las de barro o madera predominaron antaño, pero con el paso del tiempo las de porcelana se fueron imponiendo al compás de la industrialización. Ha ocurrido, también, que el consumidor exigía cada vez más un vino desprovisto de impurezas. Y esta cualidad del vino se apreciaba mejor en la blancura impoluta de la porcelana blanca que en la sombría penumbra del barro. Un aficionado a los caldos del país, daba a entender esto cuando criticaba el vino servido en cunca de barro porque: “Te podían meter ahí cualquier cosa”.

Hay que establecer una matización relacionada con el color del vino. En las últimas décadas, en ambientes populares, en especial rurales, el vaso de cristal se empleaba preferentemente para tomar vino blanco. En cambio, el tinto se prefería beber en tazas. Quizá porque en el blanco se observa mejor la transparencia, de modo que tiene pleno sentido emplear el cristal para apreciarla convenientemente.

En relación con esto, las opiniones en el seno de la cohorte de los bebedores amantes de los vinos gallegos del país, parecen estar divididas. Cada vez son más los que se decantan por el vaso de cristal, lo que podría ser una consecuencia directa de la moderna prevalencia de los vinos clarificados. Según uno de ellos, beber el vino en cristal “finiño” “es una forma de vestirlo”. También el carolino (similar al de la sidra) está considerado popularmente “como más fino” que la taza. Ahora bien, todavía persisten quienes, muy apegados a la tradición, sostienen que la cunca tiene su gusto particular y realza además el vino y el propio ritual de la bebida. Estas gentes de paladar enxebre eran antes más numerosas, cuando se apreciaba más un vino “con cuerpo” y más bien denso.

En lo que se refiere a la cata popular la taza servía para juzgar la prestancia del vino tinto. Los vinos más estimados por el paladar tradicional -diríamos que por el paradigma gustativo antiguo- poseían una estructura densa, provista de buen cuerpo y espesura, de manera que parecieran una suerte de nutritivo alimento. Cuanto más “pintara” la taza mejor era el vino. 

Se tenía, pues, en mayor estima el tinto que al remover el chisquiño que quedara al final, dejaba perfilados en las paredes de la cunca los pétalos de una flor, la rosa del vino.

Con las tazas se brindaba, entrechocándolas, haciendo caso omiso a la recomendación del protocolo de modales de buen tono, de no hacer esto mismo con las copas de cristal, conformándose con aproximarlas. 

Algunos indianos (los retornados de Cuba, en particular) solían brindar con el: “¡Que haya salud, que belleza sobra!” Los paisanos enxebres, tanto ourensanos como de otras partes, recurrían a la animosa fórmula de: “¡De hoy en veinte años, y después pedimos!” Los más proclives al lusismo preferían erguer las cuncas y lanzar un: “¡Brindo porque nuestras mujeres no se queden viudas!” La réplica feminista ha sido dada por las bebedoras que sabiamente compaginan sus tragos con la lectura de Milena Busquets, quienes levantan la cunca: “¡Por los hombres maravillosos que nos hacen felices y nos dejan en paz!”.

Te puede interesar