Opinión

El milagro del vino Espadeiro, cantado por Ramón Cabanillas

El vino espadeiro ha protagonizado una de las historias más sorprendentes que es posible consignar en el campo de la enología gallega. Fue el espadeiro una variedad ampliamente extendida y popularizada, especialmente en la Tierra del Salnés, en la dilatada época previa al auge espectacular del albariño, que tuvo lugar en el último tercio del siglo XX. Pero resultó que en pocas décadas se produjo su decadencia vertiginosa hasta casi desaparecer. Se llegó a un punto en que únicamente un pequeño plantel de bodegas artesanas lo producían para su propio consumo y poco más. Fue digno de verse lo ocurrido entonces: un vino tinto que fascinaba con sus brillantes destellos de rubí en infinidad de cuncas, quedó de pronto ensombrecido faltando poco para su práctica desaparición, quedando su valor comercial completamente desdibujado.

Nadie podría haber sospechado tal cosa cuando, al correr del año 1843, Antonio Casares apuntaba que espadeiro y tinta femia eran las variedades principales de uvas tintas en el Salnés. Una década más tarde, el Ayuntamiento de Sanxenxo consignaba la abundancia de esta cepa, y algo semejante proclamaba, en 1889, la Junta Consultiva Agronómica.

Como es fácilmente observable, la variedad de uva tinta espadeiro llegó a alcanzar una extraordinaria difusión y una reputación singularmente plausible en tales tierras. En cierta forma, llegó a convertirse en la uva emblemática de la zona en la época en que el vino tinto –esencialmente popular– gozaba de una aceptación muy notable. Por todo ello, no es un hecho fortuito, sino por el contrario, muy revelador y elocuente, que haya estado obstinadamente presente en la imaginación de la élite de los creadores. Ramón Cabanillas llegó a dedicarle todo un extenso poema -brillante, como pocos-, que tituló: “Diante dunha cunca de viño espadeiro”. Lo ensalzó como la “gala” de aquellas tierras. Valle-Inclán encomió también sus bondades en Cara de Plata, asentándolo en los reales de la noble compañía de los ribeiros: “Espadeiro de Salnés, bueno para refrescar en el monte, o en una romería o en un juego de bolos. Rivero de Avia, para las empanadas de lamprea y las magras de Lugo. Cada vino tiene su correspondencia en la vida. El mundo es armonía y concierto pitagórico”. Por su parte, Álvaro Cunqueiro, atisbó en este vino la poética irisación de la alegre muiñeira y de la regocijada riveirana”.

Con tales credenciales sorprende su decadencia, producida a redropelo de la meteórica e imponderable ascensión del albariño. El caso fue que se puso de moda el vino blanco, mientras que el tinto redituaba parcos rendimientos. Pero, además, como apunta Huetz de Lemps (no dejen de consultar la magnífica edición promovida por Cristina Alcalá en Cultura Líquida), los racimos de espadeiro requerían laboriosos cuidados y resultaban también ostensiblemente vulnerables ante los fieros ataques parasitarios. El cosechero contemplaba entristecido como solitamente los racimos de uvas no alcanzaban cabal cumplimiento, pudriéndose con facilidad por mor de la inclemente humedad y las lluvias excesivas. Resultaba una ardua tarea sacar adelante estas cepas que con tanta facilidad se doblegaban ante el hostigamiento de los hongos parasitarios del oídio y el mildiu.

Mas, por fortuna, tuvo lugar una reacción. La querencia por el buen vino acabó prevaleciendo y el milagro se produjo desde hace unos pocos lustros. El amor al espadeiro ha inspirado, al cabo, a una pequeña pléyade de animosos bodegueros resueltos a batir el cobre en la meritoria batalla de su recuperación. Me vienen a las mientes Terra de Asorei, Attis bodegas y Bodegas Zarate. Hoy ya es posible gozar del vino que han elogiado y sobre el que han escrito Valle-Inclán, Cabanillas y Cunqueiro. Yo lo he probado y he quedado encantado. Por eso se lo cuento ¡No se lo pierdan!

Te puede interesar