Opinión

Precoces borracheras

En las comarcas vitícolas de la Galicia rural, como las del Ribeiro y Valdeorras, el vino era un alimento básico que también se le daba a los niños, en una cierta medida. De hecho, no era infrecuente que algunos llegaran a la escuela un poco mareados. También se producían casos de embriaguez infantil ocasional, en alguna que otra circunstancia, en particular en los días de fiesta en que el vino corría con alegre abundancia. Tales episodios se producían en ocasiones por irresponsabilidad, ignorancia o simple descuido de los familiares que tenían a su cargo la supervisión y control sobre los niños.

Refería una informante que, cuando era pequeña, su abuela preparaba en la cocina de la taberna que regentaba, que era la misma de la casa, sopas de caballo cansado para los viejos que jugaban a la brisca y fumaban sin parar. Preparaba primeramente en la sartén pan con manteca y lo echaba luego en una taza de vino tinto, añadiendo azúcar por encima. En algunas ocasiones, los viejos cogían a la niña, que no tenía más de cuatro o cinco años (en 1965), y le daban cucharadas con la misma cuchara que usaban ellos. La madre, que andaban por allí sirviendo, le llamaba la atención a uno de los viejos, diciéndole: “-Luciano, cuidado con lo que haceis con la niña”, para que tuviese un poco de control. “-Nada, mujer, nada –replicaba el aludido-; hay que alimentarla, que vosotros no sabeis alimentar a los niños”.

Esta persona recuerda que cuándo tenía nueve años acostumbraba a ir los domingos, al salir de la misa, a ver su abuelo que atendía la mencionada taberna. En algunas ocasiones los clientes le ofrecían una taza de vino blanco. “Me utilizaban para hacer reír; yo andaba por allí y era como una mona para ellos”, apuntaba la mujer entrevistada. Después, marchaba para casa: “con una sensación rarísima, de mareo”. Al llegar a su domicilio le decía a su madre que se sentía traspuesta e ingenuamente le explicaba que podía deberse a “que no le sentaba bien el humo que echaban en la misa”. Se refería al incienso, claro está.

Algunos lectores recordaran, tal vez, un hecho apuntado por Vicente Risco: señalaba que a los niños “a menudo les hacen tomar sopas de las que llaman de caballo o besta cansada”. Las sopas que se mojaban en el vino eran trozos de pan de maíz, centeno y, rara vez, de trigo. La hora de la merienda parecía ser un momento privilegiado para la degustación de este ensopado. Así lo confirma otro testimonio, que al propio tiempo nos muestra que, si bien en más raras ocasiones, también se empleaba la miel como edulcorante; en la aldea montañesa de Vilariño (O Barco), en la década de 1910, transcurrió la infancia de Felisa Paradelo, quien evocaba lo siguiente: “Y a mí me gustaba mucho el vino con azucar, cuando era pequeña, y pan mojao, muchas veces lo merendaba... eso, así nos arreglaba mamá una taza hasta con miel, así un poco de vino, y después nos cortaba pan y lo mojábamos allí y lo merendábamos muchas veces”. En Viana do Bolo, a comienzos de los años sesenta, la historia oral revela que, con ciertas limitaciones (a ella le gustaba mucho pero solo se lo daban “de vez en cuando, por el verano”) los niños y niñas tomaban de merienda “sopas de burro cansón”, consistentes en un pan “moro” (negruzco), en el que se mezclaban el trigo y el centeno, desmigajado en una taza de porcelana blanca llena de vino tinto fresco que cogian en la bodega y al que se añadía azúcar. El recordado pedagogo Herminio Barreiro señalaba que en Sisán (Ribadumia), hacia 1915, los niños tomaban a veces a modo de cena una cunca de vino tinto (el blanco albariño era un lujo en la época) con pan de maíz. Pero no se la daban tantas veces como a los chavales les gustaría.

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