Opinión

La vieira: navaja suiza para el camino


La vieira destaca por su importancia en la historia cultural y gastronómica del Camino de Santiago o, por mejor decir, de los Caminos, como la muy relevante Vía de la Plata, uno de cuyos hitos es Ourense, donde los peregrinos hacían parada antaño, y aún siguen deteniéndose en nuestros días, para reponer fuerzas con su buenos yantares, purificar el alma en la catedral y sanear el cuerpo en sus termas. Pues bien, la vieira operó como un código de identificación, una intersigna  peregrinorum de los que fatigaban los senderos bajo las estrellas de la vía láctea compostelana. Un emblema jacobeo también presente, por cierto, en la magdalena de Proust. Pero la vieira fue ante todo la auténtica navaja suiza del peregrino. La concha cóncava de este bivalvo constituía un instrumento práctico con el que resultaba posible coger agua en una fuente, o emplear como cuchara en una improvisada comida realizada en una parada en el camino. También se podían aprovechar sus bordes para cortar algún condumio, utilizado a guisa de cuchillo. Poseía además la ventaja de ser un alimento, al contener un sabroso molusco dentro, que el peregrino tomaría a modo de la vieira simplex, cocinada al horno o en las brasas de una lareira, con una pizca de aceite, todo lo más; preparación muy alejada del sibaritismo de la zaragallada de cebolla con trocitos de jamón y pan rallado. En calidad de elemento distintivo de la peregrinación apareció ininterrumpidamente en las representaciones del apóstol Santiago el Mayor, ataviado a guisa de peregrino.

La concha del molusco bivalvo empezó siendo un objeto decorativo en las bolsas, escarcelas o morrales de viaje confeccionadas con piel de ciervo, que se ponían la venta en el mercado de la plaza del Paraíso, en Compostela. Y es que eran muchos los peregrinos que ponían la concha de vieira decorando la bolsa de viaje de cuero que solían llevar colgada en bandolera. También era muy común que llevaran una o varias conchas cosidas en el manto o en la esclavina, por las que eran reconocidos inmediatamente los devotos jacobitas.

La vieira ha desempeñado un papel simbólico de primer orden en calidad de insignia peregrinorum del Camino de Santiago, la expresión icónica más característica de la vivencia del Camino de Santiago. De hecho, se ha convertido en su señal identitaria más ecuménica. En cierto modo, era un souvenir del viaje al Finisterre de Galicia y también un testimonio de que en verdad se había realizado tal peregrinación.

De hecho, está presente en diversos relieves y esculturas, primordialmente en las representaciones del Apóstol Santiago el Mayor como peregrino. La primera vez que aparece la vieira como emblema jacobeo es en el sermón Veneranda dies: los peregrinos que iban a Jerusalén llevaban palmas, símbolo del triunfo, como las que exhibían las gentes que recibieron a Jesús cuando llevó a cabo su entrada en la ciudad santa, mientras que los que acudían a Compostela portaban vieiras cosidas en la ropa, como símbolo de las buenas obras, para honrar a Santiago. Y, por cierto, los que iban a Roma, eran propiamente romeros.

La importancia de la vieira por su amplio valor simbólico, curativo y profiláctico, generó un floreciente comercio de este molusco bivalvo desde el siglo XII, en las proximidades de la puerta de la catedral de Santiago, cuestión glosada ya por Aymeric Picaud. No sólo se vendían conchas naturales sino también manufacturadas en metal por el gremio de los concheros: concretamente, en plomo y estaño. En el año 1.200, el arzobispo Suárez Deza consideró tan importante el negocio de las vieiras que decidió reclamar el derecho exclusivo que tenía la sede arzobispal para autorizar las ventas de los concheros ambulantes que ejercían su oficio en la plaza situada frente a la catedral. Los vendedores alegaron que poseían derechos adquiridos por compra o herencia. A la postre, consiguieron que se permitiese la venta de vieiras en el mercado de Compostela, pero como contrapartida el gremio tuvo que reconocer que las tiendas eran propiedad de la Iglesia de Santiago. También se acordó que el número total de tiendas de vieiras no podía pasar de cien, de las que la propia catedral administraba veintiocho, en tanto que las restantes eran arrendadas por los concheros. Estas cifras constituyen una muestra elocuente de la importancia comercial que tuvieron las vieiras en aquel entonces.

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