Opinión

Comedia no lleva tilde

Uno de los muchos defectos que llevo conmigo es el de hablar hasta con los difuntos, aun temiendo caer en la sentencia usada por don Quijote: “Quien mucho habla mucho yerra”. Pero no escarmiento y doy por buena la falta pues, gracia al conocimiento y uso de la palabra, he llegado a vivir de ella muchos años arropado por los diccionarios y el correcto empleo de las gramáticas. Dicho esto, días atrás en una de las paradas de bus urbano frecuentadas por mí en Compostela coincidí con un mendigo, sentado en el banco al abrigo de la marquesina, con su pequeña cartela de solicitar ayuda correctamente escrita, una gran mochila con bastante impedimenta, pulcramente vestido y aseado. Le dejé unas monedas y de inmediato entablamos conversación. Estábamos solos.

Dijo llamarse Gonzalo, me asoció con un profesor escolar y luego de preguntarme la razón por la que en Compostela hay tantos mayores con el pelo largo –apreciación insegura-, se fue a una materia de verdadero curioso: “¿Por qué muchos autobuses que pasan por aquí llevan una falta de ortografía? ¿Delante de B y R se escribe M, no es así?” Naturalmente se refería a la marca MonBus. No sé si se lo aclaré correctamente pero de inmediato animamos la espera hablando de otras cuestiones ortográficas como el empleo de la tilde, la diéresis, el punto y coma, las interrogaciones antes y después de las frases… Resultó ejemplar. De ahí pasamos a su vida. Ha sido tabernero durante muchos años en Gijón y a los sesenta, arruinado por mor de la clausura pandémica, decidió correr mundo mendigando “lo justo y necesario… no fumo, no bebo y estoy soltero”. Confesó tener sólo estudios primarios y el vicio de la lectura, aunque ahora no se puede permitir comprar libros. Llevaba conmigo una edición de “El Diablo Cojuelo” y se la regalé cuando aparecía el bus. Al despedirme me gritó: “No me ha dicho qué opina sobre la tilde de solo”. “En otra ocasión”, le contesté. De haberlo hecho me habría declarado “tildista”.

Gonzalo aparecerá algún día en alguno de mis cuentos o novelas, pero lo narrado hasta ahora es absolutamente veraz. Por descontado, en el trayecto fui mascullando esa tragicómica cuestión en la que anduvo metida la RAE por estos idus de marzo y quise imaginar a los doctos y doctas eminencias de la lengua discutiendo sobre esa simpleza de quíteme ahí una tilde, con lo acomodada que estaba la pobre y cuanto ayudaba a distinguir el solo en soledad del solamente recortado. De inmediato llegué a dos conclusiones. Una, o se aburren los próceres de la lengua o tienen una necesidad de notoriedad indiscutible. O dos, la RAE también ha caído en la vorágine del todos contra todos a la que nos arrastra este tiempo convulso de la desmemoria permanente, del oportunismo de la política, del caos de la economía, de la sin fe de las religiones, de los timos de las energías, del bajo comercio, de la alta industria… ¿Por qué habría de quedarse la lengua fuera del juego? En definitiva, el idioma es el principal vehículo de la controversia.

Como era de esperar, pretendiendo contentar a tirios y troyanos, la resolución académica se ha quedado en la ambigüedad de una comedia, sin tilde, con capa y espada para que cada escritor o escritora hagamos de la nuestra un sayo. En este caso ni han limpiado ni fijado ni dado esplendor. Sí, es el signo de los tiempos. Para el siguiente paso, Gonzalo estaría conmigo, debemos recomendar a la RAE la eliminación de la hache muda. El tema dará para hablar y errar con creces, querido Sancho. 

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