Opinión

Crisis, colchones y cervezas

Mientras paseo rara vez me prendo los auriculares para escuchar los informativos de la radio o simplemente música. El martes pasado sí lo hice y, además de los conflictos de la Franja de Gaza y Marruecos, presté atención a un anuncio en el que un personaje anónimo engañaba a una viejecita vendedora de teteras. El narrador se preguntaba cómo podría dormir tranquilo ese desalmado con tal pecado gravitando en su conciencia. Enseguida concluía afirmando que lo hacía sin problemas, profunda y gozosamente, gracias al colchón cuya marca no quiero recordar. Durante un buen puñado de pasos me pregunté qué habría de ser más edificante para el oyente: el engaño a la anciana, la falta de conciencia del individuo o el buen sueño reparador. La parábola es perversa, que me perdonen los creativos que la han alumbrado, pero también es un retrato fiel de nuestra realidad.

Detrás de la cuña radiofónica vino el torrente de las noticias. En primer lugar la invasión por marroquíes de la ciudad autónoma de Ceuta siguiendo el mandato de Mohamed VI. Niños desamparados, mozos desesperanzados, mujeres valientes, familias persiguiendo el maná de un mundo mejor… Gente engañada y utilizada por su rey absoluto, medieval, corrupto y vil, para romper la concordia de buena vecindad que le debe a España y a Europa. Rey quien, con toda seguridad, al llegar la noche dormirá en un magnífico colchón y despertará con la felicidad de sentirse poderoso, dueño de haciendas y vidas, devoto de algún dios sordo y ciego.

Después de un suculento desayuno el monarca alauita recibirá al ministro esbirro de turno. Ufano escuchará el informe del éxito alcanzado por la operación de asalto a la colonia española. El relato de la repercusión mediática mundial y de la burla, que significa romper el diálogo de buena vecindad para -desde la debilidad por la que atraviesa su régimen-, mostrar al pueblo su fortaleza vengativa contra la absurda ofensa de un acto humanitario del Gobierno español. Y el mundo se pregunta, por qué se le otorgan subvenciones europeas, se le proporcionan armas, se le compran productos… Simplemente porque somos cómplices pasivos y nos importa más venderle el colchón que ejecutar políticas correctivas contra el régimen y humanitarias para la ciudadanía.

Llego a mi casa. Enciendo el televisor y al poco aparece nuestro Luis Tosar en un spot interpretando a un malo malísimo, mafioso y perverso, en disposición de asesinar a un ingenuo camarero por no haberle servido su cerveza preferida. No me quedé con la marca ni se me alcanza imaginar qué target pueda responder a semejante incitación al consumo alcohólico. La línea de comunicación es idéntica a la del colchón. En lugar de la anciana la víctima es un débil camarero novato. A continuación, al ver las imágenes de los bombardeos sobre Gaza, el número de muertos, incluidos niños, abuelas hacendosas, amas de casa, abuelitos indefensos, me pregunté qué cerveza tomará el maligno Netanyahu mientras se deleita viendo cómo se derrumban los edificios dentro de la ratonera de Gaza. Una franja de tierra de solo 385 Km2 –más o menos la mitad de la comarca de Compostela- donde malviven más de dos millones de personas prácticamente indefensas frente al poder militar judío.

Apago el televisor, me indigno, me enrabieto contra la geopolítica de los grandes y reflexiono sobre la preeminencia que ha alcanzado la maldad. Pero finalmente me temo que no ha de ser inferior a la de las guerras y migraciones del pasado, cuando la información viajaba en burro y la perfidia no había conquistado el atractivo imperio de la publicidad. Piensen, por favor.

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