Opinión

La cultura puede esperar

Esta noche se apagarán los focos pero no caerá el telón. Los escenarios de los mítines tienden al redondel de la plaza de toros y, además, nunca han tenido telón. Miento, al principio, en los dos siglos anteriores, antes de que las cámaras fueran más importantes que los asistentes, si se utilizaban los escenarios de los teatros al desnudo, un atril, un simple ciclorama, unas siglas y unas banderas… pero tampoco caía el telón porque la política no pretendía ser teatral y sí más improvisada. Entonces los oradores se dirigían a los asistentes. Imperaba la lógica de la proximidad y la deferencia hacia en posible votante inmediato.

Es cierto, la puesta en escena de la política se ha apartado de los teatros físicos y se ha hecho menos teatral para ser más realiti. Ahora es más visual, menos literaria y, por ende, menos culta. Resulta más luminosa, colorista y efectista pero menos próxima a la realidad y, por ende, deja poco espacio para la creatividad mental. La campaña que hoy concluye ha sido un paradigma de ese gran cambio, hasta el extremo de que han sucedido dos cosas absolutamente significativas de este cambio político/cultural.

A saber. Una, la caída en picado de los mítines de los calendarios de todos los partidos. Incluso algún candidato ha optado por cambiarle el nombre a un acto tan manoseado y manipulado. El mitin se ha trucado por el debate televisado y la presencia de los líderes en el mayor número imaginable de programas de televisión. Los militantes han debido suspirar aliviados aunque las empresas de autobuses hayan perdido una importante cantidad de ingresos sin sus acarreos. La cultura del mitin agoniza.

La segunda cuestión es aún más de cultura conceptualmente hablando. Ha sido la gran temática ausente de todos los debates, entrevistas, polémicas, comunicados y convocatorias públicas de los partidos. Y al referirme al genérico “cultura” incluyo en el término la educación y el deporte. Resulta realmente paradójico que en todo el proceso electoral, en el que la economía ha sido protagonista indiscutible, la industria cultural con su capacidad para generar empleos de calidad, mover cientos de millones en las áreas de negocio más modernas, determinar el futuro de un país hacia la dependencia o la independencia de otras culturas, no haya sido una fuente principal de controversia y de propuestas económicas. Como consecuencia, cada vez está más generalizada la idea de que para nuestros líderes la cultura puede esperar incluso como alternativa de negocio.

¿Esperar a qué? ¿A que el votante sea menos culto y más fácilmente manipulable mediante la imagen y el teatro de lo efímero? Es posible. La historia nos enseña que nadie es más débil que un inculto, parado y con miedo.

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