Opinión

La dama y el caballero

Había una vez una damisela aspirante a dama y un jovenzuelo candidato a caballero. Solían coincidir en un cuento llamado “La tuerca” en el que no buscaban el amor como en las narraciones clásicas. Ambos, frutos de la modernidad, de la educación en libertad, de la Universidad para todos…, se afanaban por mostrar sus diferencias ideológicas y por alcanzar predicamento entre los plebeyos seguidores, antes de irse de cañas juntos, como mandan los cánones de la buena convivencia. La una del otro, estaban tan lejos que parecían condenados al amor eterno. Si el cuento hubiera sido rosa, el guionista habría acabado por casarlos en un altar de flores en primavera, porque de tan opuestos, como los polos de un imán, habían de coincidir en el gusto por todas la esencias poderosas.

Pero, cuando creímos separados para siempre sus destinos triunfales, Isabel Díaz Ayuso va y reta al mundo convocando elecciones en sus precarios dominios. Y, sin meditarlo adecuadamente, Pablo Iglesias abandona el sillón del poder para enfrentarse a ella. A partir de ahí el cuento se convierte en un vodevil donde la malversación de las palabras y los conceptos ocupan un espacio esencial. La dama de alta cuna se erige en defensora de una desconocida libertad que condena como perniciosos al socialismo y al comunismo. Desde una temeridad propia de la ignorancia y la educación clasista, pretende conseguir votos enfrentando el bien de la libertad contra las filosofías de izquierda, que han propiciado la libre convivencia de nuestra sociedad en los últimos cuarenta años. Más o menos los que ella tiene acumulados de vida y de falta de conocimiento histórico. Y de ignorar qué es la ausencia de libertad y para qué sirve tan preciado don. La dama da muestras de una mala enfermedad, capaz de seccionar la sociedad en dos partes irreconciliables.

Y, como narra el cronista, el caballero Iglesias, temiendo el hundimiento de los suyos, se lanza a la pista dispuesto a competir con la dama, como un Llanero Solitario salvador. En el colmo del divismo pretende que todas las izquierdas se unan a sus depauperadas huestes. Y los biempensantes empezamos a temer que en su banderín flamee un eslogan del tipo “libertad o corrupción”, contrapuesto al de la dama e igual de ignorante del valor de las palabras. Es curioso el sonido de la incultura en sus bocas.

Por fortuna, Íñigo Errejón, antiguo lugarteniente liberado de su peso, se niega a secundar la pantomima mientras la representante de su partido en la Comunidad de Madrid, Mónica García, le da una lección de feminismo al presunto salvador de la patria, sin errar en los conceptos, utilizando los justos y adecuados. Al tiempo, el PSOE, enredado en el mar de las dudas, observa el campo electoral en el que Ciudadanos se derrite como un cirio viejo y Vox se sienta en el umbral de su puerta, esperando ver pasar los cadáveres de sus contrarios. 

El espectáculo, que se pretendía heroico, acaba siendo bufo. La dama se pavonea en su torre y el caballero sin refuerzos no sabe cómo seguir planteando el asedio. Sospechando que los votos madrileños de izquierda optarán por Ángel Gabilondo o por Mónica García, antes que por él, culpa al mundo del fracaso de su estrafalaria estrategia. Incapaz de comprender que su cabalgada solo sirve una vez más, como todo cuanto han propiciado los dos famosos partidos emergentes, para que la derecha extrema de Díaz Ayuso y la extrema derecha de Abascal lleguen a gobernar en amor y compañía. Ahí el cuento transmutará en pesadilla.

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