Opinión

Debatir, vencer o convencer

Desde el pasado lunes a este instante han corrido ríos de tinta y saliva analizando el debate electoral entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo. No incrementaré yo la altura de esos cauces ni tampoco resucitaré la famosa frase dirigida en Salamanca a Millán-Astray, general golpista del 36, por don Miguel de Unamuno. En ella el intelectual contrapuso dos conceptos básicos en los territorios de la política: “Venceréis pero no convenceréis”. Y por ahí discurrió el fallido debate entre los dos opositores, televisivamente reducido a una disputa de taberna por la ausencia de moderadores, la falta de organización rigurosa en las temáticas y el interés manifiesto del medio facilitando el juego del nuevo aspirante. 

Desde el primer segundo se percibió que Feijóo jugaba en casa y Sánchez era el visitante. La llegada al plató de los contendientes no fue casual, fue calculada. Vallés, Feijóo y Ana Pastor, en perfecta formación, dieron la bienvenida a Sánchez sin orientación previa para colocarse ante las cámaras y hacer la foto inaugural. Consecuencia del sorteo, se me dirá, pero déjenme objetar que una realización imparcial de Gustavo Vázquez debiera de haber evitado semejante comienzo tan tendencioso. Existen fórmulas. Sin embargo, si ya sabíamos que la elección de Atresmedia por parte del PP no era inocente, desde los primeros fotogramas, planos medios y largos para Feijóo evitando el rostro, primeros planos y cortos para Sánchez buscando sus expresiones; declaraciones previas reiteradas del primero y cortes a las del segundo, nos transmitieron las claves visuales del juego mediático. ¿Y qué decir de la taberna con mesa de pimpón montada para la charla a dos? Los colores corporativos de la compañía mediática –anaranjados o verdes- se transmutaron en azules conservadores con puntadas blancas. ¿Casualidad? De ahí que el espectador de centro izquierda no entienda la aceptación por parte del PSOE de un solo debate en campo contrario y sin árbitros.

Los papeles de moderadora y moderador no podemos calificarlos de neutrales. Como dos convidados de piedra, alejados física y mentalmente de los contrincantes, casi en la sombra, fantasmagóricos, resultaron patéticos. Pastor navegaba en el limbo. Valles mostraba expresión de asustado. Habrían patentizado profesionalidad y neutralidad poniendo coto al barullo, realizando preguntas incisivas en beneficio de la audiencia plural, evitando las escapadas –especialmente de Feijóo- de las cuestiones en juego… Si no lo hicieron no fue por falta de experiencia. ¿Existían otras razones más poderosas? Todo esto ofreció un espectáculo mediático añejo e inadecuado para una sociedad que ya no usa la televisión como fuente principal para informarse. Y como entretenimiento resultó aburrido, cansado y, la mayor parte del tiempo, ininteligible para el oído medio. El índice de audiencia fue el más bajo del histórico de los debates presidenciales. Lógico.

Adecuado el terreno a su medida, Feijóo recitó la lección escrita por Miguel Ángel Rodríguez para vencer mientras que Sánchez pretendía convencer. Dos opciones antitéticas en la situación política actual, dos planos en los que las mentiras y medias verdades del conservador, los insultos velados, la resurrección de ETA y los tópicos al uso se convirtieron en una pared de pádel para la defensa de la buena gestión y las propuestas de Sánchez. Inútil propósito. A Feijóo no se le escuchó ni un anuncio de futuro. No derogó el sanchismo pero sí su moderación trabajando para derogar a Vox, su socio inevitable, pidiendo ayuda a Sánchez. Patético.

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