Opinión

El color del verano

Si cierras los ojos y piensas en las estaciones del año es posible que el otoño lo veas dorado, el invierno blanco de nieve, la primavera azul verdoso y el verano amarillo soleado. El tópico te llevará a esa policromía e incluso a despertar olores y otras emociones sensitivas capaces de trasladarte a cualquier tiempo presente o pasado. Esas claves están bien estudiadas por los analistas de la semiótica, encabezados por Umberto Eco a quien todos los aspirantes a comunicadores leímos con fruición a finales de los años sesenta y durante la década siguiente. Entonces aprendimos que los códigos pueden ser producto de la inteligencia emocional, de los usos culturales y de los impactos sociales. El rojo, que políticamente representa al progreso, en los semáforos es peligro y en la capa del torero engaño y defensa. El verde, aceptado como ecológico, partidos de extrema derecha del calibre de Vox lo usan en sus símbolos para negar el cambio climático. El azul, desde la Revolución Francesa de 1789, es el territorio inamovible de la derecha conservadora y se aclara u oscurece según estén los ánimos del partido que lo utiliza. Y así sucesivamente la paleta de colores se usa y transforma social y culturalmente.

Por estas razones cuando el espíritu de Antonio Mercero, acompañado por algunos de sus personajes de “Verano azul” como Chanquete, el Piraña, Julia, Pancho, Desi, Bea…, vino a visitarme en mi primera siesta de este estío electoral, en lugar de sorprenderme me encantó conversar con él sobre aquella serie televisiva de 1981 con la que mis hijos y sus amistades gozaron y descubrieron un mundo nuevo: el de la Transición, donde hablar de padres separados, divorcios, amores libres, progenitores autoritarios, convivencia sana entre chicos y mayores, amores adolescentes… significaba apertura y cambio. Mercero tiñó el verano con el color impropio del azul pero tuvo tanto éxito que las generaciones que hoy rondan la cincuentena sueñan el verano con ese color frío, lejos del cálido amarillo natural. Sicológicamente impactó en la sociedad española de nuestro tiempo.

No sé si el equipo de comunicación del PP-Feijóo ha recurrido a la semiótica para crear la campaña de su “verano azul” tratando de cazar votos nostálgicos. Si esa era su intención el abuso del plagio se le está volviendo en contra. En una columna anterior escribí que ese departamento del PP debía de estar devanándose los sesos a la búsqueda de un eslogan para sustituir el “derogar el sanchismo” tras la derogación del centrismo de Feijóo en Valencia y en un puñado de ayuntamientos. La contestación (no a mí sino a la realidad) llegó enseguida y Borja Sémper se descalzó para pisar una playa falsa, con ciclorama de fondo imitando el cielo y el mar, sombrillas de merchandising invasoras, las gafas oscuras colgadas de la camisa blanca y el pantalón remangado para ponerse cara al sol de las cámaras.

No se me ocurre hacer un estudio del sistema semiótico que ha generado semejante propuesta electoral del PP, pero llama poderosamente la atención la falsedad política que transmite. En ella todo es figuración para reivindicar un pasado superado, en el que los versos de Jorge Manrique lamentando la muerte de su padre serían la letra adecuada. La foto es ideológicamente demoledora, un himno al postureo vacuo, ofertando una felicidad de verano cutre o de nuevos ricos. Eso sí, azul como la gaviota de diseño del logotipo del partido. En mi siesta Antonio Mercero estaba muy cabreado por el empleo torticero de su obra. Y, además, porque aún no se hayan enterado de que Chanquete ha muerto.

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